LOS BUDDENBROOK by THOMAS MANN

LOS BUDDENBROOK by THOMAS MANN

autor:THOMAS MANN
La lengua: es
Format: mobi
publicado: 2011-06-05T14:09:16+00:00


SÉPTIMA PARTE

CAPÍTULO I

¡Un bautizo!... ¡Un bautizo en la Breite Strasse! Ya tienen preparado todo aquello con lo que Madame Permaneder soñaba cuando era ella quien se hallaba en estado de buena esperanza; porque, en la mesa del comedor (con sumo cuidado, para no perturbar la ceremonia que se celebra en el salón), la doncella está añadiendo un copete de nata montada a las incontables tazas de chocolate hirviendo dispuestas en apretada hilera en una enorme bandeja redonda con asas doradas como pequeñas conchas... y Anton va cortando en rebanadas un espectacular bizcocho en forma de rosca, mientras Mamsell Jungmann distribuye dulces y flores frescas en pequeños cuencos de postre de plata, ladeando la cabeza hasta tocar el hombro para comprobar que todo está en perfecto orden y siempre con los meñiques bien levantados para que no se toquen con los demás dedos.

No falta mucho para que todas estas delicias comiencen a circular entre los invitados, en cuanto se instalen en el salón y la sala de estar, y es de esperar que haya suficiente para todos, pues ha acudido a la ceremonia la familia en términos muy amplios, aunque no en los más amplios posibles, dado que, a través de los Oeverdieck, los Buddenbrook también están lejanamente emparentados con los Kistenmaker, a través de éstos con los Möllendorpf, y así sucesivamente. Sería imposible trazar un límite en algún punto. Ahora bien, los Oeverdieck sí están representados en un día como éste, y, además, por el cabeza de familia: el más que octogenario doctor Kaspar Oeverdieck, alcalde de la ciudad.

Ha venido en coche y ha subido la escalera apoyándose en su bastón, del brazo de Thomas Buddenbrook. Su presencia realza la solemnidad de la celebración... y no cabe la menor duda: ¡esta celebración es digna de todos los honores! Allá en el salón, delante de una mesita dispuesta a modo de altar y adornada con flores (al otro lado de ella pronuncia su sermón un joven sacerdote con sotana negra y gola almidonada y blanca como la nieve, redonda como una rueda de molino), una mujer alta, corpulenta, bien alimentada y elegantemente vestida en tonos rojo y oro sostiene entre sus orondos brazos una cosita que se pierde entre puntillas y lazos de satén... ¡Un heredero! ¡Un niño que mantendrá vivo el apellido de la familia! ¡Un Buddenbrook! ¿Alcanzamos a imaginar lo que eso significa?

¿Alcanzamos a imaginar el gozo secreto con el que la noticia, en cuanto se tuvo la primera y discreta sospecha, fue transmitida desde la Breite Strasse a la Mengstrasse? ¿El mudo entusiasmo con el que la señora Permaneder, al enterarse de dicha noticia, abrazó a su madre, a su hermano y, con especial delicadeza, a su cuñada? Y ahora que ha llegado la primavera, la primavera de 1861, ya ha nacido y está recibiendo el santo sacramento del bautismo ese niño en el que tantas esperanzas se han puesto desde hace tanto tiempo, del que tanto tiempo se lleva hablando y cuyo nacimiento se espera desde hace muchos años, durante los cuales no se ha cesado de rogar a Dios.



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