Molobo by vidal Fernández Solano

Molobo by vidal Fernández Solano

autor:vidal Fernández Solano
La lengua: spa
Format: epub
editor: Ediciones Rubeo-Bresca Editores


17

La solución definitiva

Si alguien hubiese echado un vistazo por la ventana en aquel salón, la escena le habría resultado normal, aburrida incluso. El grupo de personas que tomaba el té con tranquilidad pasaría por un grupo de amigos ante el ojo más experto. De hecho, no eran enemigos ni estaba discutiendo acaloradamente.

Sin embargo, el tema de la conversación sí resultaba, cuando menos, inusual.

—Esa vieja cacatúa me faltó al respeto —el tono sonó a excusa. Ese tipo de acto que no tiene justificación alguna pero que alguien quiere pasar por correcto, adecuado o pertinente.

Paulette inhaló una bocanada de aire antes de contestar. Le hubiera matado con sus propias manos. Aquel idiota estaba a punto de desencadenar una hecatombe, y todo por una vieja que «le había faltado al respeto».

—Desde luego, Joseph, a veces pareces imbécil —el aludido iba a replicar pero ella le detuvo con un gesto de la mano. La mujer producía ese efecto atemorizante. Cuando ella estaba presente y tomaba la palabra, los demás escuchaban. No en balde era la «presidenta» del grupo, por así decirlo—. No, es mejor que te calles. No sé en qué cojones piensas, la verdad. Que llegue una anciana no justifica lo que has hecho.

—Casi me tiró los papeles a la cara —protestó el inculpado—. Dijo que soy un tirano y que ya estaba harta de aguantar mis pedos y mi sudor.

Rick estuvo a punto de soltar una carcajada, pero al final la contuvo. Él también aguantaba los pedos y el olor de las axilas, pero nunca hubiera tenidos huevos a decirlo así, a la cara, como la vieja Beatrice. «Prerrogativas de la edad», pensó. La mirada del sheriff heló su intento de sonrisa.

—Una cosa más, Paulie —dijo Joey. Con toda la claridad del mundo había rebasado el límite de su paciencia, pero de algún modo logró no perder los papeles.

—Tú dirás, encanto.

—No vuelvas a llamarme Joseph. Sabes que lo detesto. Si quieres tocarme los huevos esto puede acabar muy mal, y no me refiero a «ellos». Por muy incontestable que te creas, eres tan vulnerable como los demás.

Ella carraspeó antes de dar por finiquitado el tema.

—Será como quieras. Pero no te consiento que te propases ni una vez más.

—Ya. Todos conocemos tu mano floja.

Joey hizo amago de levantarse, pero la mano férrea de Rick le detuvo. Paulette no se amedrentó.

—Más te valdría pensar un poco más con la cabeza y menos con la polla, inútil. Mira en la que nos has metido. Ahora los has despertado, ese chico Evans no tenía culpa de nada. Ahora no se detendrán hasta que se sientan satisfechos, como las otras veces. Por cierto, ¿alguien sabe dónde demonios se ha metido Herb? No suele faltar a las reuniones.

Las cinco personas allí presentes se miraron unos a otro y se encogieron de hombros. Paulette resopló mientras pensaba lo harta que estaba de tener que tratar con tanto inútil.

—Bien —espetó la mujer—. Ahora ya podéis ir pensando a quien vamos a ofrecer. Si les dejamos elegir, esto puede ser catastrófico.

—Una ya la tenemos —apostilló el sheriff, refiriéndose a la anciana señorita Jenings.



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