Me llamo rojo by Orhan Pamuk
autor:Orhan Pamuk [Pamuk, Orhan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Conte, Histoire, Policier
ISBN: 978-84-8346-962-0
publicado: 2003-08-31T22:00:00+00:00
35. Yo, el caballo
No hagáis demasiado caso de mi postura calmada y tranquila, en realidad llevo siglos corriendo. Cruzo los prados, voy a las guerras, transporto a las tristes hijas de los shas para que se casen, corro de los cuentos a la historia, de la historia a la leyenda, de página en página de los libros. A lo largo de tantos relatos y cuentos he aparecido en tantos libros y batallas acompañando a héroes invencibles, a amantes legendarios, a ejércitos surgidos de los sueños y he galopado de campaña en campaña acompañando a tantos de nuestros victoriosos sultanes, que, por supuesto, se han hecho muchas, muchÃsimas pinturas mÃas.
¿Qué tipo de sensación es que te hayan pintado tanto?
Por supuesto, me siento orgulloso, pero siempre me pregunto si ese que está ahà pintado soy realmente yo. Por lo que se puede ver por las pinturas, cada uno tiene en la cabeza una imagen mÃa distinta. No obstante, tengo la poderosa sensación de que entre todas esas ilustraciones hay ciertas particularidades comunes, una cierta unidad.
Hace poco unos amigos ilustradores contaron la siguiente historia. El rey de los infieles francos pensaba casarse con la hija del Dux de Venecia. Pero ¿y si el veneciano fuera pobre y su hija fuera fea? Le dijo a su mejor pintor que fuera a Venecia y que pintara a la hija del Dux y todas sus posesiones y riquezas. Eran venecianos y no sabÃan guardar su intimidad de los extraños: expusieron ante la mirada del pintor no sólo sus hijas, sino también sus yeguas y sus palacios. Y aquel diestro pintor pintaba aquella muchacha y este caballo de tal manera que serÃas capaz de reconocerlos si los vieras luego. Mientras el rey de los francos contemplaba en el patio de su palacio las pinturas que le llegaban de Venecia pensando si debÃa casarse o no, su propio semental se enamoró de repente de la hermosa yegua de un cuadro e intentó montarla, y los mozos de cuadras sólo a duras penas pudieron controlar a aquel fogoso animal que estaba destrozando la pintura y el marco con su enorme falo.
Dicen que lo que encendió la pasión del semental franco no fue la hermosura de la yegua veneciana, aunque realmente era hermosa, sino el hecho de que se tomara como modelo una yegua determinada y se pintara exactamente tal y como era. Ahora bien, ¿es pecado ser pintado como aquella yegua, que lo fue como si fuera una yegua auténtica? En mi situación actual, como podéis ver, no me diferencio demasiado de otras pinturas de caballos.
En realidad, los que prestan atención a la belleza de mi lomo, a la longitud de mis patas, a la gallardÃa de mi postura, se dan cuenta de que soy distinto. Pero toda esta belleza no es una indicación de mi singularidad como caballo, sino de la singularidad del talento del ilustrador que me ha pintado. Todos sabéis que en realidad no existe un caballo que sea exactamente igual a mÃ. Yo sólo soy la representación del caballo ideal que existe en la imaginación de un pintor.
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