Los nombres de Veva by Ángela G. Sanjuán

Los nombres de Veva by Ángela G. Sanjuán

autor:Ángela G. Sanjuán
La lengua: spa
Format: epub
editor: Harlequin, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
publicado: 2022-03-29T19:00:47+00:00


9. Salir de las trincheras

No llegó a tiempo. El plan era llevar a Veva de vuelta a casa para que pudiera dar el último adiós a su abuela, pero al no haber podido localizarla con la necesaria antelación, Montse se había marchado sin que pudieran despedirse la una de la otra.

Su único apoyo, el único ser de su familia que se esforzaba por entenderla y con el que sabía que podía contar, se había ido sin recibir lo mismo por parte de su nieta. La culpa era una constante, era incluso superior a la pena, ambas combatían sin dejar hueco para ninguna otra sensación en el interior de Veva. El caos convertido en ansiedad se había alojado en su pecho.

Su padre, Francisco —como lo llamaba su abuela—, no había vuelto a abrir la boca durante el resto del viaje. Nadie en el coche lo hizo. Ni siquiera comentó nada cuando dejaron a Cobo en casa de sus padres. Debía de estar muy enfadado.

Jamás habría imaginado así su reencuentro. Bueno, quizá sí hubiera pensado en recibir una bofetada como aquella, pero nunca, ni siquiera por el más mínimo instante, hubiera pensado que no habría reproches ni miradas de decepción. Puede que fuera la situación, puede que estuviera triste por el fallecimiento de su madre, pero con lo poco que la había soportado siempre, la muerte de la matriarca de los Soler no podía ser la razón por la que se comportaba de aquel modo tan extraño.

Veva estaba en su habitación. El velatorio sería en la casa familiar. Los nervios la tenían presa y empezaba a experimentar una intensa sensación de irrealidad. Era como si todo aquello que estaba sucediendo no lo estuviera viviendo realmente. Como si, en lugar de eso, lo estuviera observando a través de un agujero.

Tenía un sobrio vestido negro dispuesto sobre la gigantesca cama donde había dormido durante gran parte de su vida. Era un vestido de esos que ya no acostumbraba a llevar: bonito, elegante y, sobre todo, caro. También tenía unos pendientes de perlas y una pinza de plata para recogerse el pelo sobre el tocador. Sin olvidar las dos cajas de zapatos que había junto a la mesita. Al parecer, su madre había dispuesto todo para que su hija luciera perfecta en el entierro de su abuela. Y además, había tenido la amabilidad de dejarle escoger entre dos pares de zapatos.

Dos golpes en la puerta pero ninguna respuesta. Así fue la primera interacción con su madre. La mujer quería pasar para hablar con Veva sobre el rumbo que había decidido tomar en su vida, quería hacerle recapacitar, tener una conversación previa antes de la intervención final de su marido, que, como siempre, sería quien decidiría.

Dos golpes más y Veva se levantó para acercarse a la puerta. Apoyó su mano derecha sobre la fría madera blanca y con la izquierda agarró el pomo. No abrió.

No quería conversar. No quería hablar con sus padres. La única persona con la que habría deseado volver a hacerlo se había marchado para siempre, y eso era todo lo que le importaba en aquel momento.



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