Los cañones del nizam by Allan Mallinson

Los cañones del nizam by Allan Mallinson

autor:Allan Mallinson [Mallinson, Allan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 2000-01-01T00:00:00+00:00


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LA CACERÍA

* * *

Unos días más tarde

—Elija el que quiera, capitán Hervey —dijo el rajá—. Es usted un experto en caballos, y el señor Selden le ha explicado ya la estrategia para cazar jabalíes.

Las cuadras del rajá estaban llenas de excelentes animales, y en cada compartimiento había un punkah que daba aire a los cincuenta caballos de silla que eran el orgullo del rajá. Había ordenado que se taparan sus nombres con ocasión de la visita de Hervey (de todos modos, los nombres sánscritos estaban trazados en escritura devanagari y, por tanto, nada habría conseguido con verlos) para que pudiera elegir a uno sin saber nada de ellos.

—Una prueba más difícil que lancear al mayor jabalí que exista —comentó Hervey, y empezó a alabar a cada animal.

Selden sonrió. Con cincuenta caballos y ponis, y unos dos minutos para revisar a cada uno de ellos, la tarea le llevaría dos buenas horas, a menos que encontrara la perfección antes de acabar con todos. El problema estribaba en que Hervey apenas conocía la raza árabe. ¿Qué hacía a uno mejor que otro? Por tanto, se limitó a aplicar el fiable principio de ojos, capacidad respiratoria y patas. La capacidad respiratoria tendría que juzgarla únicamente por la amplitud del pecho. En cuanto a las patas, las posibles imperfecciones parecían los indicadores más seguros, pues aquellas caballerías eran demasiado buenas para presentar defectos de conformación significativos. Recorrió las hileras de compartimientos, entrando en cada uno para examinar a caballos árabes, turcomanos, del país, akhal tekke (muy apreciados por su resistencia legendaria) y robustos khatgani del Afganistán. Observó con detenimiento sus ojos, que tanto le podían decir, así como el pecho, les pasó la mano por las patas y luego les miró los cascos. Tardó casi dos horas, pero nadie —ni siquiera el rajá— mostró la menor impaciencia, hasta que por fin se decidió por un turcomano castrado, negro como el azabache, de metro cincuenta y cinco aproximadamente.

—¿Por qué lo ha escogido? —preguntó el rajá.

—Alteza —respondió Hervey con cierta vacilación, que delataba cuán difícil le había resultado la elección—, podría decir que han sido sus cuartos, que parecen especialmente fuertes, así como sus patas, que en mi opinión tienen la cantidad exacta de hueso para hacerlo robusto y veloz a la vez. Su pecho es ancho; también me gusta su cabeza, que tiene bien asentada y le da un noble aspecto, pero por encima de todo he apreciado su mirada inteligente. Sus ojos me indican que son capaces de ver lo que yo pasaría por alto y que elegirán el rumbo adecuado a pesar de mi ineptitud.

Selden sonreía de oreja a oreja mientras oía este veredicto, y el motivo se hizo aparente cuando el rajá juntó las manos y emitió una exclamación de deleite.

—Verdaderamente, capitán Hervey, ni yo mismo habría expresado mejor la razón por la que este caballo es también mi favorito. Lo montará usted cuando salgamos a cazar jabalíes. Se llama Badshah.

—Su nombre significa «el rey», ¿no es cierto? —dijo Hervey—. Alteza, me siento muy honrado.



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