Las guerras de Cuba by Andreas Stucki

Las guerras de Cuba by Andreas Stucki

autor:Andreas Stucki [Stucki, Andreas]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2017-01-23T16:00:00+00:00


6. EL ÚLTIMO AÑO DEL CONFLICTO: LOS INTENTOS DE NORMALIZACIÓN

«La guerra deja siempre profundas huellas y exige largo tiempo y asiduo trabajo para reparar los daños que produce en un solo día».

BLANCO a ULTRAMAR, 19 de marzo de 1898

El cese de Weyler y el envío de Ramón Blanco y Erenas —que en 1896 aún era caricaturizado en España como un general «débil»— iban a suponer un punto de inflexión en la política militar española en Cuba. Y además para bien, si se ha de creer un titular de The New York Times: «El soldado más compasivo de España sustituye a Weyler». El nuevo gobierno liberal de Práxedes Mateo Sagasta esperaba de Blanco un giro político y militar. Si Cánovas del Castillo le había concedido a Weyler ilimitados poderes de decisión y actuación, Blanco fue destinado a Cuba para cumplir las detalladas normas del Ministerio de Ultramar. Las instrucciones del ministro Segismundo Moret y Prendergast abarcaban desde los asuntos económicos —la normalización de la industria azucarera, por ejemplo— hasta los militares, administrativos (personal) e incluso mediáticos. Aunque Moret era consciente de que no le correspondía impartir instrucciones relativas a asuntos militares, señaló a Blanco que los guajiros recluidos en las ciudades esperaban con impaciencia poder regresar a sus propiedades. El siguiente fragmento ilustra el tenor de las nuevas directrices:

Consiste en anunciar al país cubano que la llegada de V. E. inicia una era completamente distinta de las anteriores; de modo que si la guerra se ha de conducir con espíritu cristiano y con vivo empeño de reducir lo más posible sus inevitables males, la política que V. E. está encargado de realizar ha de ser una política de expansión y de generosidad, encaminada a restablecer la fraternidad entre todos los que habitan la Isla y a cimentar su adhesión a la madre patria en los beneficios que de ella recibe[1].

En el núcleo de la flamante estrategia política se hallaba la autonomía de Cuba y Puerto Rico, que los círculos liberales llevaban tiempo reclamando en España y que debía echar a andar al entrar en vigor el Real Decreto de 25 de noviembre de 1897. El 1 de enero de 1898, el nuevo gobierno autónomo cubano asumió sus funciones y comenzó a despachar sus asuntos.

Autonomía en lugar de independencia

Como era de esperar, los revolucionarios cubanos desaprobaron la autonomía. El mando político y militar de la «República en Armas» se reafirmó en su objetivo declarado de conseguir la independencia y rechazó enérgicamente el autogobierno bajo tutela española. De ahí que los autonomistas cubanos fueran mal vistos por los patriotas como Enrique Collazo Tejada, para quien se trataba de traidores a la patria guiados únicamente por el miedo a perder sus propiedades[2]. En la década de 1920, los historiadores y publicistas cubanos volvieron a fijarse en la repulsa hacia los autonomistas; una repulsa que, tras la Revolución de 1959, experimentó una proverbial intensificación, hasta el punto de que destacados exponentes de la autonomía, como José María Gálvez Alonso, presidente del Consejo de Secretarios de



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