Las aventuras de Gotrek y Félix. Matador nº 02 (La caída de Gotrek Gurnisson) (Spanish Edition) by Guymer David

Las aventuras de Gotrek y Félix. Matador nº 02 (La caída de Gotrek Gurnisson) (Spanish Edition) by Guymer David

autor:Guymer, David [Guymer, David]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Grupo Planeta
publicado: 2017-01-31T00:00:00+00:00


CAPÍTULO DOCE

El vuelo

El ancho sillón de cuero del puente de mando de la Imparable era más cómodo que cualquier cama en la que se hubiera tumbado Félix. O al menos eso le parecía en ese momento. Las vibraciones del suelo le masajeaban el cuerpo maltrecho; el tenue zumbido de los motores era una nana para sus oídos; y podría decirse que la manera como las nubes chocaban contra la ventana del puente de mando era el equivalente en un viaje aéreo a poner la mente en blanco. Incluso las discusiones de los enanos resultaban balsámicas por su familiaridad.

—Es porque estamos yendo a Karaz-a-Karak —espetó Makaisson. Llevaba el abrigo abrochado y el cuello ribeteado de piel alzado, se había puesto las gafas de piloto y aferraba el timón con las manos enguantadas. Estaba de puntillas para ver por encima del hombro de Gotrek.

Félix no sabía qué esperaban ver a través de los espesos nubarrones.

—No tienes el combustible suficiente para llegar a las Montañas del Fin del Mundo, y mucho menos ahora, con la nave llena de hombres y la carga que eso representa.

—Por lo menos ahora tengo un girocóptero menos del que preocuparme —replicó Makaisson, inclinando oblicuamente la cabeza con el gesto ceñudo y las gafas puestas en dirección a Félix—. Pero si eres capaz de llevarnos a Middenheim sin una brújula, soy todo oídos.

Gotrek resopló.

—¡Yo soy una brújula!

—Ya sé que crees que lo eres, pero nada más lejos de la realidad.

Félix, presintiendo que estaba asistiendo a una discusión sin una rápida resolución que tampoco parecía preocuparlo demasiado, paseó la mirada por el puente de mando de la Imparable . Los ingenieros enanos se movían con determinación entre los distintos puestos de control y discutían en voz baja, en Khazalid. Uno de ellos había levantado las placas metálicas de una sección del suelo y estaba soldando la columna de dirección en pleno vuelo. Los enanos nunca habían sido el pueblo más extravertido del mundo, pero Félix podía decir por sus caras que estaban preocupados.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó Max. El mago se había detenido a su lado, con la capucha bajada. Unos mechones de color hueso le plateaban el cabello y la barba, y su semblante pálido exhibía las arrugas de la preocupación.

—Debería ser yo quien te lo preguntara.

—Fui un mago de la Luz —dijo Max, sonriendo por primera vez en lo que parecía una eternidad—. No ha sido el primer demonio que he tenido que desterrar, aunque he de reconocer que nunca me enfrenté a uno más fuerte. Estoy bien, Félix, y tú también tienes buen aspecto. Te sugiero que aproveches para descansar ahora que puedes permitírtelo.

Félix se frotó los ojos y bostezó.

—¿Dónde están Gustav y los otros hombres? ¿Consiguieron subir a bordo?

—Sí, Malakai estaba dispuesto a abandonarlos, pero al destruir el puente ganaste tiempo para evacuar el castillo. Eres un héroe.

—Estoy acostumbrado —murmuró con la voz somnolienta.

—Félix.

—¿Mmm?

—Está cumpliéndose. ¿Te das cuenta? ¿Recuerdas el sueño que te conté en el que volaba?

Félix no respondió inmediatamente. Le pesaban los párpados y sentía el cuerpo como si fuera algo pesado y ajeno a él.



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