La seca by Txani Rodríguez

La seca by Txani Rodríguez

autor:Txani Rodríguez [Rodríguez, Txani]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2024-01-17T00:00:00+00:00


Un haz de luz se proyectaba contra la pared; sobre el cuerpo de Nuria, figuras en movimiento. Su madre le había avanzado que por la noche no saldría porque tenía ganas de ver una película de miedo. No advirtió en su tono ningún asomo de reproche ni de abatimiento. Nuria pensó que era lógico que alguna noche quisiera quedarse tranquila en casa; sin embargo, cuando llegó del río para ducharse y entró al patio, desde donde le llegaban algunas voces, se encontró allí con Xabier, que estaba montando un proyector, y con Gloria, la vecina, que cortaba en porciones unas pizzas. Su madre, que estaba colocando cojines en las sillas, se giró para hablarle:

—Vamos a hacer un cine de verano, ¿te apetece quedarte?

—No —respondió tajante mientras se preguntaba qué hacía su madre con los labios pintados porque jamás se maquillaba si no salía de casa.

Un cine de verano, se repetía a sí misma, con ademanes despectivos, mientras se calentaba el agua de la ducha, un cine de verano.

Se fue a dar una vuelta por el pueblo, para disfrutar de la libertad que le procuraba no tener que invertir toda la noche en cenar con su madre ni en atender a Milo, que no le había propuesto ningún plan. Caminó por calles solitarias que hacía tiempo que no transitaba y enfiló hacia el cerrillo, aunque no sabía muy bien qué iba a hacer durante las siguientes horas. Le habría gustado regresar a la adolescencia, cuando siempre había amigos en el pueblo. Ella, a excepción de su remota amistad con Alba, siempre se había relacionado con los hijos de los veraneantes, no tanto con los chicos que vivían allí todo el año y que se mostraban reacios a introducir en sus grupos a jóvenes que al terminar agosto desaparecían. Sus viejos amigos se habían convertido en padres y madres, en su mayoría, y solo iban por allí algunos fines de semana, para disfrutar en familia de la vida en el campo. La realidad es que vagabundeaba por las calles, como tantas veces había hecho en Llodio desde que quienes creía sus amigos le dieron la espalda. Te quedarás sola, te quedarás sola. A ratos la abatía la idea de que ella, en realidad, no merecía la pena, de que nadie la querría nunca; en otras ocasiones —y ese pensamiento resultaba mucho más lacerante— temía que fuera ella a quien se le hubiera olvidado cómo querer a los demás. Trataba entonces de recordar cuánto lloró tras la muerte de su padre, de asegurarse de que lloró, de recontar los momentos en los que lloró, porque temía haberse convertido en una mujer incapaz de llorar por nadie; hacía tiempo que sentía que las emociones le llegaban en sordina, como si no le atañeran del todo. De alguna manera, discutir con su madre era lo más sólido que experimentaba; todo lo demás, incluido el deseo, resultaba decepcionante, poco enérgico, descolorido, y estaba convencida de que relacionarse con otras personas acababa siendo la manera más segura de acumular derrotas.



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