La reina Margot by Alexandre Dumas

La reina Margot by Alexandre Dumas

autor:Alexandre Dumas [Dumas, Alexandre]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1845-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo XXX

Maurevel

Mientras que toda esta juventud alegre y despreocupada, al menos en apariencia, se expandía como un torbellino dorado por el camino de Bondy, Catalina, enrollando el precioso pergamino en el que el rey Carlos IX acababa de estampar su firma, hacía entrar en su gabinete al hombre a quien el capitán de la guardia había llevado una carta, algunos días antes, en la calle de la Cerisaie, barrio del Arsenal.

Una ancha cinta de tafetán, igual que un crespón mortuorio, ocultaba uno de los ojos de este hombre, descubriendo solamente el otro, y dejando ver entre los dos pómulos salientes la curva de una nariz de buitre, mientras que una barba grisácea le cubría la parte baja del rostro. Iba cubierto con un capote largo y grueso, bajo el que se adivinaba todo un arsenal. Además llevaba al costado, aunque no fuera costumbre de la gente convocada a la corte, una espada de campaña, larga, ancha y de doble cazoleta. Y bajo el capote, una mano oculta que no soltaba el mango de un largo puñal.

—¡Ah!, ya estáis aquí, señor —dijo la reina, sentándose—. Ya sabéis que os prometí, después de la noche de San Bartolomé, en la que me rendisteis señalados servicios, os prometí no dejaros en la inacción. La ocasión se presenta, o más bien yo la hago propicia. Agradecédmelo, pues.

—Señora, yo os lo agradezco humildemente a Vuestra Majestad —respondió el hombre de la venda negra, con una reserva rastrera e insolente a la vez.

—Una hermosa ocasión, señor, como no encontraréis otra en vuestra vida: aprovechadla, pues.

—Estoy esperando, señora; sólo me temo que, por el preámbulo…

—¿Que la comisión sea violenta? ¿No son ese tipo de comisiones las que desean ardientemente quienes quieren progresar? Ésta, de la que os hablo, sería la envidia de los Tavannes e incluso de los Guisa.

—¡Ah, señora —replicó el hombre—, creedme que, sea lo que fuere, yo estoy a las órdenes de Vuestra Majestad!

—En ese caso, leed —dijo Catalina.

Y le presentó el pergamino.

El hombre lo leyó y palideció.

—¡Cómo! —exclamó—, ¡orden de prender al rey de Navarra!

—Y bien, ¿qué tiene de extraordinario?

—¡Pues que se trata de un rey, señora! Dudo mucho, me temo incluso, que no soy lo bastante buen gentilhombre.

—Mi confianza os hace el primer gentilhombre de mi corte, señor de Maurevel —dijo Catalina.

—Gracias le sean rendidas a Vuestra Majestad —dijo el asesino tan afectado que parecía dudar.

—¿Obedeceréis, pues?

—Si Vuestra Majestad lo ordena, ¿no es mi deber?

—Sí, lo ordeno. ¿Y cómo lo haréis?

—No sé muy bien, señora, desearía ser guiado por Vuestra Majestad.

—¿Teméis el escándalo?

—Confieso que sí.

—Escoged doce hombres de confianza, más si es necesario.

—Sin duda, lo entiendo; Vuestra Majestad me permite tener ventaja, y yo se lo agradezco; pero ¿dónde prenderemos al rey de Navarra?

—¿Dónde preferiríais prenderlo?

—En un lugar en que, por la majestad del mismo, me sienta protegido, si fuera posible.

—Sí, lo entiendo; en algún palacio real: ¿qué diríais del Louvre, por ejemplo?

—¡Oh! Si Vuestra Majestad me lo permitiera, sería un gran favor.

—Le prenderéis, pues, en el Louvre.

—¿Y en qué parte del Louvre?

—En sus mismos aposentos.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.