Los Austrias. El tiempo en sus manos by José Luis Corral

Los Austrias. El tiempo en sus manos by José Luis Corral

autor:José Luis Corral [Corral, José Luis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2017-10-31T16:00:00+00:00


* * *

Granada, mediados de junio de 1526

Aquellas semanas de finales de primavera estaban siendo las mejores de su vida.

Había derrotado al rey de Francia y logrado un acuerdo muy favorable, tenía como esposa a la mujer más bella del mundo, sus súbditos españoles comenzaban a demostrarle cierto afecto, o al menos ya no lo rechazaban como en los primeros años tras su llegada de Flandes, vivía días felices en unos palacios de ensueño y en una ciudad que le gustaba mucho…, pero los problemas de su enorme Imperio seguían latentes.

Aquel día, como venía siendo su costumbre en las últimas semanas, se levantó tarde. Apenas faltaba una hora para el mediodía cuando el canciller Gattinara se presentó ante la cámara de Carlos de Austria. La puerta continuaba cerrada.

—¿Está despierto el emperador? —preguntó el canciller a los criados que atendían el servicio a esas horas.

—No lo sabemos, señor canciller. Tenemos órdenes tajantes de que no se le moleste hasta mediodía —respondió el jefe de la guardia.

—¿Hoy?

—No, señor canciller, todos los días. El emperador y la emperatriz nunca se levantan antes de la once.

Gattinara se impacientó. Tenía que comunicarle a Carlos que el rey de Francia, ya en París, había despreciado a su esposa Leonor desde el primer día y estaba intrigando de nuevo en busca de una alianza con los turcos.

Como ya había sospechado el avezado canciller del Imperio, Francisco de Francia era un hombre de poca palabra, y no le pareció extraño que una vez libre anduviera enredando e incumpliendo lo acordado en el tratado de Madrid.

—Supongo que está afanado en tener un heredero cuanto antes —le comentó Gattinara a su secretario mientras, sentado en un escabel, esperaba paciente a que el emperador saliera de su dormitorio.

Carlos abrió la puerta poco antes de mediodía; enseguida acudieron dos criados.

—Huevos, jamón y una cerveza para mí; y una bandeja de fruta para la emperatriz. Y una docena de ramos de claveles recién cortados —ordenó Carlos—. ¡Ah!, don Mercurino, me alegra veros. Estupenda mañana.

—Buenos días, majestad. Estaba esperando…

—Enseguida despacharemos lo que tengáis preparado.

—Son asuntos muy urgentes, mi señor.

—Dejadme unos minutos para que desayune con mi esposa, y, entre tanto, tome vuestra merced lo que quiera.

Carlos volvió a entrar en el dormitorio, y el canciller resopló. Gattinara pidió que le sirvieran un poco de fruta, y esperó, esperó, esperó…

Hacía tres semanas que el rey de Francia, el papa, la señoría de Venecia y Milán habían constituido una nueva alianza a la que habían llamado la Liga de Cognac. Su intención no era otra que unir sus fuerzas contra Carlos. Y por si esta amenaza no fuera suficientemente grave, el sultán Solimán había ordenado a sus tropas que invadieran Hungría. En esos momentos, mientras el emperador tomaba el desayuno con su esposa en la Alhambra, el señor de la Sublime Puerta, nombre con el que algunos comenzaban a llamar al Imperio otomano, ordenaba a cien mil de sus soldados, equipados con trescientos cañones, que avanzaran por el Danubio hacia Buda y Pest.



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