La pista del Lobo by Juan Pan García

La pista del Lobo by Juan Pan García

autor:Juan Pan García
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Biografía, Histórico
publicado: 2007-05-30T04:00:00+00:00


Capítulo 12

–Abuelo, ¿y qué hacían los guardias para salvar a Pedrito? ¿No se daban cuenta de nada?

–Sí, hija, sí… se habían dado cuenta. Ten paciencia y escucha. Te voy a ir relatando lo que sucedía en cada sitio, hora por hora:

CORTIJO DE GUADALUPE, 8:30 HORAS

Cuando llegó la hora de efectuar el relevo de los guardias en el cortijo, el sargento fue a ver a don Manuel.

–Don Manuel, hágame usted el favor de firmar el parte –le dijo, después le ofreció tabaco y le preguntó–: ¿Tiene usted algún recado para el pueblo?

–No, gracias. Yo también tengo que ir para solucionar algunas cosas. Si les parece, vamos juntos –contestó el dueño del cortijo.

–¡Ah, bueno! Entonces mejor: así se nos hará más corto el camino –se alegró el sargento. Pensaba que con un poco de suerte acabaría enterándose de lo que estaba ocurriendo en la casa.

Durante el camino apenas se hablaron; don Manuel hacía lo imposible por disimular la terrible angustia que lo embargaba; los guardias hablaban entre ellos de otras cosas, sin dejar de observarle. El sargento decía:

–Ya pronto vendrán las lluvias y refrescarán un poco el ambiente. No hay quien pueda con este bochorno.

–Sí, pero la lluvia también tiene sus inconvenientes –contestó el otro–. Es buena para el campo, estoy de acuerdo; pero nosotros nos mojamos casi todos los días en los caminos y no ganamos para resfriados.

Una hora después se despedían de don Manuel en la puerta del cuartel, a la entrada de Algar. Don Manuel continuó su camino hacia el centro de la calle Real, avanzó por ella hasta el Banco de Andalucía y se detuvo en la puerta; ató la brida de su caballo en la argolla de acero que había en la pared del edificio para eso y entró en el despacho del director de la sucursal.

–¡Hombre, don Manuel! –saludó el director levantándose del sillón de cuero– .¿Qué le trae por aquí?

–Don Luis, necesito llevarme una suma considerable de dinero hoy mismo. Siento haber venido con esta urgencia, pero es que se me han presentado de improviso con unos sementales para las vacas bravas y maquinaria para trillar…

–¿Cuánto necesita usted? –preguntó intrigado el director del banco.

–Cien mil pesetas, don Luis. Y las necesito para hoy mismo.

–Bueno, no se preocupe usted, don Manuel. Voy a ver de cuánto dispongo en el banco y, si hace falta, llamo a Jerez para que me lo traigan. Creo que en tres horas se lo tendré todo preparado.

–Está bien, don Luis. Mientras tanto, voy al casino a refrescarme un poco. A la una de la tarde me acercaré por aquí.

Don Manuel dudó un momento, luego salió a la calle. Estuvo a punto de decirle al director que no comentase con nadie nada de lo que habían hablado; pero lo pensó mejor: si le decía algo así no haría más que alarmar aún más al banquero, que no estaba acostumbrado a que le exigieran así de golpe esas sumas de dinero. «Lo mejor que puedo hacer es actuar con naturalidad», pensó mientras se dirigía hacia el casino, que estaba situado unos metros más abajo, en la acera contraria.



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