La marca del agua by Montserrat Iglesias

La marca del agua by Montserrat Iglesias

autor:Montserrat Iglesias [Iglesias, Montserrat]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2021-10-01T00:00:00+00:00


El Satur me ayudará. Solo él sabrá hacerlo. Siempre gana, pase lo que pase. No porque sea el más listo, sino porque a los Corrales se les ha dejado hacer, como si cada tajada que cortasen no saliese de nuestras costillas. Gabriel, el único que ha conseguido ponerle al Satur las orejas coloradas, se lo dijo con palabras de hombre con estudios: «Saturnino, eres un oportunista». Así, mientras el otro se encendía como un farol y arrugaba su hocico de rata. Sin embargo, una palabra tan fina no acaba de cuadrarle al Satur. A un zorro que se mete a vivir entre gallinas, que sale y coge lo que quiere para volver a cobijarse con ellas, nadie le diría: «¡Eh, tú, eres un oportunista!». La Vitoria atina mucho más cuando lo llama «desgraciao». «Desgraciao», dice, con rabia pero también con lástima. Y no le falta razón. ¿Para qué le sirve al Satur su montaña de oro, como no sea para sentarse encima y vernos desde lo alto? Ni el consuelo de unos sobrinos le queda, con la Resti sin hablarle desde que el muy canalla le distrajo la mitad de la herencia del padre. Bien le pesará a Justo Gil. Pero ese se lo tiene merecido, que se aguante. Tal vez don Rufino sepa para qué amasa semejante fortunón el Satur, pues desde hace años se les ve a los dos hablando a todas horas. Seguro que lo ha visitado más de una vez en Pardales. Aunque da lo mismo lo que tenga con el cura o para qué quiera todo su dinero: lo único que importa es que nos lo debe, a Sara más que a nadie, y que él sabrá lo que hay que hacer para salir de esta.

—Tengo que hablar con el Satur nada más llegar.

El pensamiento se me ha hecho voz sin quererlo.

—¿Para qué?

Don Rufino no va a soltar la pregunta. Ya se ha rascado la barba dos veces desde que salimos del pueblo. Como si bajo la pelambrera le hubiese salido una picazón de sarna. Vuelve a ponerse la mano en la mejilla, así que no me bastará con el silencio.

—¡Fíjese lo retrasadas que van las viñas! Con tanta lluvia y tanto frío no han salido ni los primeros brotes. Pero parece que ya quiere templarse el tiempo, ¿verdad, padre? Hoy va a calentar.

Un viñedo es un paisaje extraño, quizás porque es el más humano de todos. En pleno verano, cuando todo en la comarca está seco, revienta de vida; pero en primavera, con el páramo florecido, es un terral de matas con los troncos pelados. Las escasas yemas verdes apenas se adivinan sobre los palos secos.

—Total, para lo que vale el tinto de Pardales. Más ácido que morder un limón, ¿no le parece, don Rufino? En la zona del pueblo nuevo se da mejor la uva, a cada cual lo suyo.

—¿Le llevas algo?

—¿A quién?

—A Saturnino.

—¿Y qué tengo que ver yo con el Satur?

—Lo acabas de decir. Que tenías que ir a hablar con él.

—Bueno, padre, porque hemos estado hablando con su cuñado.



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