La guerra de los mundos (Ilustrado) by H. G. Wells

La guerra de los mundos (Ilustrado) by H. G. Wells

autor:H. G. Wells [Wells, H. G.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1897-12-31T16:00:00+00:00


El «Lanza-Truenos» respiraba aún. Me pareció que el gobernalle y las máquinas continuaban funcionando. Embestía en línea recta a un segundo marciano, del que no le separaban más de cien metros, cuando le alcanzó el Rayo Ardiente. Y entonces saltaron en cegadora llama y con violenta detonación chimeneas y torres. El impulso de la explosión hizo bambolearse al marciano y los incendiados despojos del acorazado le dieron con el ímpetu del estallido y lo hicieron pedazos como si fuera de cartón. Mi hermano lanzó un grito involuntario. De nuevo un tumulto de vapor ocultó lo que ocurría.

—¡Dos! —aulló el capitán.

Todo el mundo gritaba. El vapor mismo de popa a proa trepidaba con la frenética alegría que ganó a los innumerables barcos que se dirigían a alta mar.

Durante varios minutos el vapor que del agua se elevaba nos impidió ver la costa y el tercer marciano. Las ruedas del vapor no habían cesado de alejarnos del lugar del combate, y cuando al fin la confusión se fue desvaneciendo, se interpuso una nube del humo negro que escondió definitivamente a nuestros ojos el «Lanza-Truenos» y el tercer marciano. Pero los restantes acorazados se acercaron a la costa rebasándonos con rapidez.

Nuestro buque continuaba su ruta hacia alta mar y muy pronto desaparecieron los acorazados en dirección a la costa, oculta a nuestros ojos por una nube compuesta de vapor y de humo negro que se arremolinaba en fantásticos giros. Las embarcaciones fugitivas se esparcían hacia el nordeste; varios barcos de vela navegaban entre los acorazados y nosotros. Un momento después los navíos de guerra, antes de penetrar en la densa nube negra, volvieron proa al norte y luego viraron en redondo hacia el sur y desaparecieron entre la bruma de la tarde. Las costas se esfumaron y desvanecieron entre las franjas de nubes rojas que se reunían en torno al sol poniente.

De pronto oímos los cañonazos y algunas sombras negras se movieron en la dorada neblina del crepúsculo. Todos los pasajeros se acercaron a las barandillas para ver lo que ocurría en el horno refulgente de la luz occidental, pero nada se pudo distinguir con claridad. Enorme volumen de humo nos ocultó el disco solar. El vapor continuaba su marcha, jadeantes las máquinas y presa los pasajeros de interminable angustia.

Se puso el sol bajo las nubes grises, enrojecióse el cielo, se oscureció después; parpadeó en la penumbra la estrella de la noche. Era grande la oscuridad cuando el capitán lanzó un grito tendiendo los brazos al cielo. Miró mi hermano con atención. Del horizonte gris subía a lo alto por encima de las nubes un objeto que con marcha oblicua y rápida brilló en los últimos resplandores del crepúsculo; un objeto plano y gigantesco que luego de describir inmensa curva, de disminuir poco a poco y de hundirse lentamente, se desvaneció en el gris misterio de la noche. Hubiérase dicho que extendía las tinieblas al pasar.



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