Juego de niños by Angela Marsons

Juego de niños by Angela Marsons

autor:Angela Marsons [Angela Marsons]
Format: epub
publicado: 2024-09-29T00:00:00+00:00


Capítulo 49

Antes de entrar en la habitación, Penn hizo esperara a la mujer unos veinte minutos.

Tanto Lynne como Doug habían insistido en acompañarlo, pero él les había dicho que no. En ese momento, estaba al límite con esa mujer, pero ella había pedido que se reunieran en privado, y eso haría. Y le echaría un rapapolvo en caso de que siguiera jugando con ellos.

—Señora Nuryef —dijo él, con frialdad, mientras tomaba asiento. —No llevaba papeles, carpetas ni cuadernos. Ella miró la grabadora instalada en la pared, pero él negó con la cabeza—. No tiene sentido. Lo que tenga que decirme no podrá ser usado como prueba. Ni un jurado, en todo el país, creerá una sola palabra de lo que usted diga —le explicó con claridad—. Y, si quiere que sea franco, creo que yo tampoco.

Tras su comportamiento del día anterior y lo voluble de sus historias, ella podría admitir lo que fuera: el jurado negaría con la cabeza y desestimaría cada una de sus palabras.

Irina Nuryef puso las manos sobre la mesa.

—He mentido —susurró.

—Bueno, eso ya lo sabemos, señora. Solo estamos intentando decidir en cuál de las ocasiones —añadió él con frialdad.

Ella asintió con la cabeza.

—Sé que usted está enfadado por lo que dije ayer, pero no puedo seguir contando estas mentiras.

Penn le dedicó una mirada imparcial. Irina parecía cansada. De nuevo, su pelo estaba desgreñado. No llevaba nada de maquillaje. Pero el mayor cambio no estaba en su aspecto físico: estaba en sus ojos. Por primera vez, Penn veía miedo.

—Vamos, Irina —le dijo—, dígame lo que haya venido a contarme.

Ella se retorció las manos y tragó con fuerza.

—Esa noche estuvo conmigo. En definitiva: mi marido estaba en casa.

Penn trató de que la crispación no se reflejara en su voz.

—¿Por qué me lo cuenta?

—Porque es la verdad. Y hay gente muriendo. Mi vecino…

—Fue asesinado, Irina, y ni siquiera sabemos por qué. Pero ¿cómo voy a creerla ahora? —preguntó Penn, frustrado—. ¿Y cómo explica lo de la camiseta en el cobertizo?, ¿la que encontramos después de que usted cambiara su declaración? —Ella se encogió de hombros y se mordió la uña del pulgar—. Además, ¿por qué mintió y nos dijo que él no estaba?

De nuevo, ella se encogió de hombros.

—No lo sé, no puedo explicárselo, pero ahora le digo la verdad.

La confusión atacó el cerebro de Penn.

—¿Cómo demonios voy a creerla, Irina? —preguntó.

Ella le clavó una mirada que, aunque estaba llena de miedo, era desnuda y triste.

—Porque le juro, por la vida de mis hijos, que mi marido estaba en casa conmigo la noche del asesinato.

Penn suspiró con fuerza y apartó la mirada.

Que Dios lo ayudara, porque de verdad la creía.



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