Indias blancas by Florencia Bonelli

Indias blancas by Florencia Bonelli

autor:Florencia Bonelli [Bonelli, Florencia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2005-01-01T05:00:00+00:00


CAPÍTULO XIV.

Pura felicidad

Laura había dejado la puertaventana de su habitación abierta de par en par. A diferencia de la noche anterior, ésa era magnífica. Alrededor de las once, el bullicio de la pulpería languidecía y cada tanto se destacaban la voz de doña Sabrina dando órdenes a Loretana y el chirrido de las sillas al ser movidas para barrer el piso. Un aroma exquisito inundaba la recámara gracias a las pastillas de alhucema que se quemaban en un pebetero. Laura cerró las Memorias de su tía Blanca Montes y se dispuso a contestar la carta de Eugenia Victoria. El perfume, el silencio, la frescura del aire y la luz de la vela apaciguaban la exaltación con que había dejado la casa del doctor Javier. No se había tratado de algo en particular sino de varios acontecimientos: el encuentro con Nahueltruz Guor ese mediodía en el convento, la inminente convalecencia de Agustín en opinión de María Pancha y la carta de su prima con las novedades de Buenos Aires. «Mi querida Eugenia Victoria», escribió, y levantó la pluma sin saber cómo proseguir. La tenían sin cuidado las habladurías que se entretejían en torno a su fuga y al rompimiento de Alfredo Lahitte; la aburrían las extravagancias de la abuela Ignacia y las maledicencias de sus tías; la irritaba la sumisión del abuelo Francisco y el martirio al que se sometía su madre. Aquello que había constituido el centro de su universo de pronto perdía importancia frente a Nahueltruz y a su amor. Mojó la pluma en el tintero dispuesta a recomenzar la misiva. A pesar de que esa tarde, arrebatada de emoción, le habría confesado a Eugenia Victoria su relación con Nahueltruz y le habría revelado hasta los detalles, en ese momento decidió no mencionarlo. Aunque siempre compartía con Eugenia Victoria sus secretos, un recelo le detuvo la mano; Nahueltruz era sólo de ella. Repentinamente la asaltó el temor de que las circunstancias se confabularan en contra y desbarataran la felicidad. Si bien infatuada de amor por él, Laura no perdía de vista que Guor era un cacique ranquel y que el sentimiento que los unía se juzgaría en muchos círculos como una blasfemia. Lo protegería con su silencio. Llenó dos carillas con los pormenores de la enfermedad de Agustín, de la familia Javier, del viaje de Riglos a Córdoba y de lo bien que se encontraba en el hotel de doña Sabrina. «A Purita todo mi amor, que gracias a sus oraciones y a las votivas que le enciende a San Francisco mi hermano está recuperándose». No mandó saludos a nadie más, ni siquiera a su abuelo, y con esa actitud dio el primer paso hacia lo inevitable: la ruptura con su familia. Cerró y lacró el sobre que entregaría a Blasco para que lo despachara en la primera diligencia que partiera rumbo a Buenos Aires.

Tomó nuevamente el diario de Blanca Montes y le acarició las tapas de cuero. Lo besó también, y una agitación le estranguló la garganta y le llenó los ojos de lágrimas.



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