Imago by Carl Spitteler

Imago by Carl Spitteler

autor:Carl Spitteler [Spitteler, Carl]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Psicológico, Filosófico
editor: ePubLibre
publicado: 1906-04-22T16:00:00+00:00


VÍCTOR SE RINDE

Para saludar las primeras nieves —ya había entrado octubre— la Idealia organizó una excursión en trineos, y a la vuelta entraron en una hospedería del bosque. Después de haber tomado el té, Víctor, igual que los otros, fue en busca de su trineo. Cuando llegó frente al que le había traído con Pseuda y otros dos señores, el cochero, señalando con el látigo hacia adelante, dijo:

—Su señora se ha sentado en el trineo delantero.

El buen hombre había tomado a Víctor y a Pseuda por marido y mujer, engañado quizá porque siempre estaban discutiendo.

—Espere un momento —dijo Víctor apasionadamente, sacando el monedero y poniéndole una moneda de oro en la mano.

El cochero examinó la moneda a la luz del farol.

—¡Es una moneda de oro! —dijo admirado y casi reprochándoselo.

—Ya lo sé. Quédese con ella.

—¿Y por qué?

—Por ser usted la única persona razonable entre todas las de la ciudad.

Luego se acomodó en el trineo y no pronunció ni una palabra durante el regreso. Mas apenas llegaron a casa, llamó a su razón:

«Te he tenido un poco olvidada este tiempo, pero te ruego que no me lo tomes a mal y que me ayudes».

«Yo no tomo nada a mal —respondió la razón—. ¿En qué puedo servirte?».

«Esto y esto me ha sucedido. Me parece un poco sospechoso. Dime claramente lo que puede significar». Y le contó lo ocurrido con la moneda de oro.

«¿Quieres que te diga la verdad, sinceramente?».

«La verdad siempre. No quiero engañarme a mí mismo».

«Está bien; siéntate y escucha. Estáte atento por si me engaño. Empiezo: si diste al cochero una moneda de oro, lo hiciste para recompensarle por haber creído que Pseuda era tu mujer, ¿no es verdad?».

«Evidente».

«Y si le recompensaste fue porque te agradó su suposición».

«Quizá».

«Nada de quizá; exijo una respuesta categórica. ¿Sí o no?».

«¡Hombre!, por mi parte…».

«¿Sí o no?».

«Sí».

«Bien; prosigo. Si una simple equivocación de un tercero, extraño e indiferente, de un cochero, creyendo que Pseuda era tu mujer, valía para ti, pobre diablo, una moneda de oro, con eso diste a entender que serías inmensamente feliz si Pseuda fuera tu mujer en realidad. —Y como Víctor se pusiera en pie, lanzando un grito de indignación, protestando contra esta suposición, la razón observó tranquilamente—: Si sólo eres capaz de escuchar lo que quieres que te digan, cómprate un lacayo, yo me voy. Adiós».

«No; por favor, quédate. No lo hice con mala intención. ¿De modo que crees posible que…? ¡Qué absurdo! No se puede amar a quien se estima en poco».

«¡Oh; no! Es muy corriente. Tener que amar a quien se estima en poco es cosa muy frecuente en el amor humano. Por otra parte, no es cierto que la estimes en poco; tú bien quisieras hacerlo, pero no puedes. Ni podrás; porque la admiras en secreto, y tienes que admirarla, porque no estás ciego ni eres lo bastante injusto para no haber notado sus cualidades tan dignas de admiración. ¿No digo bien? ¿Puedes señalar alguna falta en mi razonamiento?».

Esto era demasiado para Víctor. Era como aquel que



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.