Hombres sin mujer by Carlos Montenegro

Hombres sin mujer by Carlos Montenegro

autor:Carlos Montenegro [Montenegro, Carlos]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1938-09-15T00:00:00+00:00


EN EL PATIO

Pascasio se metió entre las oleadas de hombres que invadían el patio principal. Llegaban en grupos de diez o doce, hablando todos al mismo tiempo, alzando la voz para hacerse oír, si un obstculo se interponía entre ellos. En todos los rostros se notaba la contrariedad, y voces roncas por la discusión trataban de hacer escuchar opiniones, que por otro lado querían imponer también los que pretendían que las escuchasen.

Al entrar en el patio, unos se agrupaban siguiendo la disputa, y otros, después de mirar a su alrededor en busca de alguien, se separaban y se perdían entre los demás grupos que se reunían al pie de las columnas y bajo los claustros.

Pascasio, después de soportar algunos empujones, salió de los remolinos de gente y llegó al centro del patio, donde ya se podía andar casi libremente. Dos o tres conocidos lo saludaron al pasar, extrañados de verlo allí paseando, sin asearse, sin cambiarse la ropa del trabajo, con aspecto de loco.

—Ahí viene Pascasio. ¿No lo ves raro?

—No sé; la gente anda hablando una pila de cosas. Parece que al palo le cayó comején.

—¡Esos son cuentos! Es que no quieren perdonarle al hombre la antipatía que les tiene a los pájaros. Desde hace mil años le vienen anunciando lo mismo.

—Pues mira.

—Deja eso. ¿De modo que hoy tampoco hay pelota?

—¡Tampoco! Es la única diversión, y ya ves: cuando no llueve, hay un muerto.

—Pero ¡venirse a morir precisamente ahora! ¿No hacía ya quince días que se le había enterrado la sierra?

—Por lo menos. Murió porque le sacaron el pedazo de fleje que tenía en la cabeza.

—¿Pero tú no crees que se lo habían sacado antes?

—De seguro que no. Yo he conocido casos de hombres heridos en el mismo corazón, y que no se han muerto en tanto no les han sacado el cuchillo.

—Bueno, lo cierto es que nos han fastidiado la pelota.

Como paseaban dándole la vuelta al patio, se volvieron a cruzar con Pascasio, que caminaba ensimismado. La asociación de ideas hizo que la conversación tomara otro giro:

—De todas formas, el juego de hoy no iba a servir para nada. No picheando el negro Jones, el juego es de un solo lado.

—¿Pero él no iba a pichear?

—¡Qué va! Tú sabes bien cómo es de sinvergüenza ese negro americano.

—¿Y qué es lo que pedía ahora?

—¡Casi nada! ¿Recuerdas que en la primera serie hubo que pagarle sueldo? Después dijo que quería aprender a tocar guitarra, y que si no se la traían y le ponían un maestro, no tiraba una pelota más para el home.

—Estos americanos son de su madre pa arriba. ¡No hacen nada gratis! Y ahora, ¿qué pide?

—¡El diablo! Al hombre le ha entrado la calentura, y ya no le basta la guitarra, ni los sones, ni que le toquen el bongó.

Sabe que nos tiene cogidos por el narigón y se ha sentado a pedir.

—Pero, acaba, ¿qué es lo que quiere?

—Fui a verlo con los directivos del club porque nos dijeron que el americano estaba revirado. Después de mucho preguntarle, ¿sabes qué nos dijo?

—Hace media hora que te lo pregunto.



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