Historias Robadas by Enrique J. Vila Torres

Historias Robadas by Enrique J. Vila Torres

autor:Enrique J. Vila Torres
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 978-84-8460-948-3
editor: Planeta
publicado: 2011-01-01T00:00:00+00:00


7

Encarnación era una jovencísima ATS que acababa de finalizar sus prácticas en la escuela universitaria de enfermería de Madrid.

Con dieciocho años y gracias a determinados contactos de su entusiasmado padre —pues su hija Encarna era la primera de la familia que terminaba una formación universitaria—, el mismo mes de junio de 1974, pocos días antes del nacimiento del hijo de Manuela y Julián, la muchacha fue contratada por la clínica S. R.

A Encarna le encantaban los bebés, y estaba contenta y segura de que iba a disfrutar de su destino y primer trabajo. ¡Qué suerte había tenido! ¡En una clínica maternal, y tan cerca de casa de sus padres! La ilusión con la que acudió a su trabajo el primer día fue apabullante.

El tibio sol de la mañana anunciaba una jornada de esplendor primaveral, radiante como el pecho feliz de la jovencita. Los frondosos árboles que circundaban la vía agitaban suavemente sus hojas bajo la caricia de la brisa de la mañana, sacudiéndose el rocío de la madrugada. Aún el aire estaba limpio y frío, lejanos por el momento los calores del estío, y entraba en los pulmones de la chica como un soplo de energía pura, que elevaba todavía más su ánimo drogando su cuerpo y su sangre gracias al vital y refrescante oxígeno.

Ese día y por el momento, todo era maravilloso para Encarna, y su felicidad tornaba en algo casi físico, que olía a fruta fresca, a tomillo y la lavanda, y que se diría que iba dejando tras de sí, a medida que avanzaba radiante por las calles de Madrid, un rastro visible y luminoso que perfumaba con un éter de optimismo las aún grises estampas de la capital castellana.

A cada paso que daba Encarna, acercándose a su nuevo puesto de trabajo, la alegría parecía crecer en su interior. Le asustaba incluso un poco haber tenido tanta suerte. Entre sus amigas de la escuela de enfermería, ninguna se había colocado todavía, y andaban las pobres algo agobiadas enviando sus currículos por todos los sanatorios y hospitales de la capital; desde luego, también estaban celosas de la suerte de Encarna.

«Bueno —pensó la chica—, me he esforzado y me merezco esto. Y también he tenido la suerte de tener un padre maravilloso, qué narices. Soy una mujer con suerte, y seguro que S. R. es un lugar ideal para trabajar: mis compañeros son magníficos, y el tal doctor V. es un profesional prestigioso. Trabajando a su lado, llegaré bien lejos y seré una de las enfermeras más solicitadas de Madrid.»

Los sueños de Encarna, esa felicidad casi palpable que iluminó y perfumó las calles a su paso, mudaron a pesadillas en cuanto traspasó, a las ocho de la mañana del 3 de junio de 1974, las puertas del tétrico sanatorio madrileño.

Allí la recibió sor M., la adusta y seria monja, y sus primeras palabras fueron desalentadoras para la feliz chica.

—Buenos días —saludó con gesto serio la religiosa—. Ha llegado usted tres minutos tarde. Mal empezamos, señorita. Aquí somos serios, y no nos gusta que nuestros empleados comiencen con mal pie.



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