Historias demenciales by Pedro Belenguer

Historias demenciales by Pedro Belenguer

autor:Pedro Belenguer
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Erótico
publicado: 2013-01-01T00:00:00+00:00


Al día siguiente, cuando acudieron al comedor a desayunar, el Canario se cruzó con Francisco, pero su indiferencia no pudo ser mayor. Como si no hubiera ocurrido nada. Se tiró toda la mañana sentado en su cama, reflexionando sobre lo ocurrido la noche anterior, pero por más vueltas que le daba, no encontraba justificación alguna. Pero lo peor, es que aquello sólo había sido un punto y seguido. Pasó el día y llegó la noche.

No sé si fue por casualidad o no, pero esa noche se intercambiaron los papeles. El Canario estaba de imaginaria, y Francisco se quedó tumbado en su cama con los ojos abiertos, temiéndose que volviese a ocurrir lo de la noche anterior. Así fue.

—Pollete, tira para los aseos. En el mismo aseo de ayer está Heredia esperándote —sin siquiera comprobar que lo había oído, se levantó y siguió su marcha.

Esta vez, intentó fingir que estaba dormido. Pero a los pocos minutos, volvió hecho un animal. Le cogió del cuello, abrió los ojos asustado y le insistió.

—¿Es qué no me has oído? ¿Hablo para sordos? Tira para allá o vas a flipar, y pídele perdón a Heredia por hacerle esperar.

En su camareta, que estaba compuesta por seis literas dobles, había dos compañeros más acostados, pero ambos se desentendieron de lo que le pasaba. Se levantó y fue al aseo.

Allí estaba Heredia. Con los pantalones bajados hasta las rodillas. Con una pelambrera copiosa de la que surgía un largo y delgado pene totalmente recubierto por un fino prepucio.

—¿Qué te ha pasado, nena? —preguntó.

—Nada. Perdona por el retraso —contestó temblando. Una mezcla de frío y miedo le recorría las venas, pero para su martirizador de esa noche, la calentura sexual le impedía ver su sufrimiento.

—Mira, Paquito —se señaló el miembro—, si te has quedado con hambre después de cenar, esto es para ti.

Sin dar tiempo a reaccionar, le cogió con ambas manos la cabeza para aproximármela a su cada vez más tieso pollón. Le hizo chupársela un buen rato, pero cuando se iba a correr, se la sacaba de la boca para aguantar más. Debía de estar a punto de correrse, pero quería disfrutar del momento. Mientras, él seguía engullendo su masa de carne. Al cabo de unos minutos, sacó un preservativo de su bolsillo y le dijo:

—Anoche, Canario no te pudo follar. Pero esta noche, mi taladro te va a atravesar. Es estrechito para que no te duela. Ya verás cómo me lo vas a agradecer.

Le dio la vuelta, se llenó la mano izquierda de saliva y empezó a acariciarle el culo. A la vez que le humedecía el trasero, le introducía su dedo índice con cuidado. Parecía, que dentro de lo salvaje y desagradable que resultaba esa violación, su verdugo no le quería hacerle un daño excesivo. Pero se lo hizo y mucho.

Le puso pegado a la grasienta pared, y presionó suavemente su largo y compacto falo hacia el interior de su ser.

—Para, para, por favor —suplicó.

—Te he dicho, que hoy te follaba y así va a ser.



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