Hasta donde me lleve el viento - 25 años por los mares del mundo by Eduardo Rejduch de la Mancha

Hasta donde me lleve el viento - 25 años por los mares del mundo by Eduardo Rejduch de la Mancha

autor:Eduardo Rejduch de la Mancha [Mancha, Eduardo Rejduch de la]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Caligrama
publicado: 2021-11-29T23:00:00+00:00


Vanuatu, Anatyon

En la bahía más austral de la isla, apenas fondeados, se nos acercaron los nativos en praos a vela, construidos de troncos ahuecados con un flotador en un lado. Tenían el mismo aspecto de los fidjianos, pero la mitad de estatura y corpulencia. De cualquier manera teníamos que tener cuidado al tratarlos, porque aquí hacía mucho menos tiempo que habían dejado de ser antropófagos y además, históricamente, nunca le habían hecho ascos a la carne del “cerdo blanco”. Como en las Fidji, siempre habían vivido en clanes feroces y desperdigados, manteniéndose tan aislados entre ellos que prácticamente cada aldea ha desarrollado su propia lengua. Hacía solo doce años que se habían independizado de Francia y Gran Bretaña, constituyéndose en país. Para comunicarse entre ellos habían oficializado el bislama, una nueva lengua medio heredada que consistía en una especie de inglés rudimentario en que vierten sus dialectos autóctonos, como la lengua de Tarzán. Por ejemplo, ‘sostén’ aquí se dice coconat cap tap titis (tazas de coco para tapar las tetas); y ‘silencio’, yo no tok tok (yo no hablar).

Saludo con la mano a los de las canoas y les pregunto cómo están. “Bueno estar nosotros —responde uno, y agrega—: Jefe esperar playa”. Subimos con ellos en las finas embarcaciones, llevando como regalo un hermoso atún que habíamos pescado a pocas millas y unas camisetas.

Al llegar, el pequeño jefe sonriendo desdentado nos aprieta los brazos en señal de saludo “pueblo mío bienvenido”, dice. Yo no sé si nos está saludando o calculando si somos tiernos. Le contesto tratando de demostrarle mis conocimientos de bislama: “Pescado fresco con camiseta tuyo”. Los pobladores que vienen del caserío de Anegaujat nos rodean con curiosidad. “Alta blanca mujer hermosa”, dice. “Enana negra tuya también hermosa”, contesto. El jefe le dice algo a alguien a su lado, creo entender la palabra yanggona, y este se aleja rápidamente. Entonces recuerdo la ceremonia, aunque me habían dicho que aquí no era tan formal como en otras islas, pero la kava de Vanuatu tenía fama de ser la más fuerte del Pacífico y solo un par de cazos te tumbaban.

Previendo peligro en cuanto el nativo regresa con la yanggona, me excuso diciendo “barco mío lejos, huracán miedo, mujer también, yanggona hermosa, isla hermosa, hermosa la negra enana esposa, pueblo hermoso”. Pongo cara de tristeza, señalo el Charrúa a lo lejos y digo: “Adiós, amigos. Aquella mi casa, mi casa”. Subimos al prao y ruego mentalmente que decidan llevarnos de regreso al barco. El jefe frunce el ceño y me contesta serio: “Antes partir beber kava”.

Así pues, bajamos de nuevo a tierra. Tratando de escapar del sartén hemos caído en el fuego, me digo intranquilo. No han traído el mortero para machacar las raíces, sino que van a hacerlo a la vieja usanza. Una mujer que al parecer es la ‘mortero’ del grupo, porque además de tener todos los dientes estos son verdeamarillentos, se pone un trozo de raíz en la boca y mirándome fijo empieza a masticarlo ávidamente. Acto



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