Gottland by Mariusz Szczygieł

Gottland by Mariusz Szczygieł

autor:Mariusz Szczygieł [Szczygieł, Mariusz]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2006-01-01T05:00:00+00:00


LA MORGUE

Hoy Karel Kachyňa vive10 cerca del castillo de Praga, en una casita muy agradable, con jardín. Tiene setenta y seis años. Mientras voy a verle una mañana soleada de febrero, pienso en la fatalidad. En pocos años murieron cuatro de sus guionistas e inspiradores. Primero Procházka, dos años después Ota Pavel, un periodista deportivo que tuvo tratos con Satán y que empezó a escribir en el hospital a modo de terapia. Kachyňa llevó a escena su Muerte de los corzos bellos [Smrt krásnych srnců]. Después se le murieron otros dos.

—Mi casa es una antigua morgue convertida en vivienda —me informa en el umbral un hombre bajo, enjuto y arrugado—. Pero no hay espíritus; si los hubiera, los perros no querrían vivir aquí —me tranquiliza.

Recordamos la entrevista.

—Tuve que concederla, no podía dejar de rodar durante veinte años, he nacido director de cine —explica—. Así que el periodista y yo preparamos ese fragmento durante un mes. ¿Ve usted la frase sobre el socialismo, esta, esta de aquí?

—La veo.

—Para no decir que apoyaría el socialismo, al redactor y a mí se nos ocurrió lo siguiente: «Estoy convencido de que la mayoría de los artistas que viven en este país desea servir a las ideas del socialismo, quiere ser un reflejo fiel de la sociedad y un detector sensible del futuro».

»No dije que estaba “a favor del socialismo”, dije solo que los demás “estaban a favor”. Ahora puede observar que lo que “le parece a la gente” prevalece frente a lo que “en realidad ocurrió”. El comentario de Rudé právo se le quedó grabado a la gente, y hoy todo se ha vuelto una misma cosa, mis medidas palabras y la propaganda comunista —dice el director, mirando hacia el frente.

Me da la impresión de que es buen momento.

—Hablemos de Procházka —le propongo.

—No puedo —responde—. Cuando hablo de él, caigo en una depresión horrible. Por eso intento hablar lo mínimo de Jan.

La conversación languidece.

El anciano, para paliar el incómodo silencio, saca de repente de un cajón el guión de La oreja.

Me pregunta si quiero cogerlo. Me dice que es el ejemplar original para el director, con anotaciones hechas a mano. Agarro el grueso manuscrito de color azul.



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