Fraternity. El Círculo Vicioso by Andy Mientus

Fraternity. El Círculo Vicioso by Andy Mientus

autor:Andy Mientus [Mientus, Andy]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Juvenile Fiction, Horror
editor: Puck
publicado: 2023-11-13T23:00:00+00:00


La enfermera Gleason, una mujer pequeña y eficiente, curó a Zooey lo mejor que pudo.

—Madre mía, ¿todas estas heridas son por el derrumbe de la capilla? —comentó. Todos permanecimos en silencio, bebiendo de unos conos de papel que nos había entregado para bajar las aspirinas—. Creía que solo había dañado una habitación. Me pregunto si habrá más gente herida.

—Pasó todo tan rápido —contestó Leo—. Ni siquiera sé qué fue lo que ocurrió.

—Alguien comentó que había sido un… ¿reventón? —contestó—. Creo que es como una especie de columna de aire que puede producirse durante tormentas muy severas. Por lo visto, pueden ser muy destructivos, como ya habéis comprobado… El caso es que el campanario salió volando por los aires y entró por la ventana de uno de los dormitorios. Fue aterrador. Rezo para que… —Pero se interrumpió a sí misma y sacudió la cabeza—. Creo que vas a necesitar puntos. De momento te voy a poner una gasa y te llevaremos al hospital de Adders en cuanto la situación se calme un poco.

Justo en ese instante, alguien llamó a la puerta. La señora Gleason le dijo que pasara, y entró la señora Wesley, llorando.

—Disculpadme —se excusó la señora Gleason antes de irse con ella y cerrar la puerta tras de sí.

—¡Hostia puta! —susurró Leo cuando nos quedamos a solas, girándose hacia nosotros—. Si la residencia está destrozada, tendrán que mandarnos a casa, ¡¿no?!

—No creerás que… —empecé a decir, dudoso. El resto de la frase era demasiado espantoso como para pronunciarlo en alto, pero alguien tenía que hacerlo—. No creerás que esto es cosa nuestra, ¿no?

A Leo le cambió la cara y se quedó callado durante un instante. Luego retrocedió.

—¡Qué va! ¡Para nada! Ya había tormenta. Sabíamos que la situación era fea —contestó.

—Pero ¿crees que es posible que hayamos hecho que fuera peor? —le pregunté.

—Daniel —dijo Leo—, ¿de verdad crees que hemos controlado el mismísimo tiempo atmosférico?

—¡¿Por qué no iba a poder ser?! ¡Sabemos que el libro funciona, pero no sabemos dónde están los límites de su poder!

—Ni tampoco cómo funciona —añadió Steven, con la vista clavada en el suelo.

—Bueno, Steven, ya que sacas el tema —le dijo Leo, girándose hacia él—. Cuándo ibas a decirme que los cánticos que entonas eran tan…

—Demoníacos —remató Zooey, que se hurgaba la venda de la mejilla, aturdido.

—Los otros conjuros no eran así —se defendió Steven.

—Vaya, genial entonces —respondió Leo—. A lo mejor podrías haber dicho algo antes de empezar con todo eso de «despierta y álzate».

—¿Desde cuándo te interesa lo que tengo que decir? —le preguntó Steven.

—Luego seguimos con el tema —dije yo—. Por ahora, ¿cómo vamos a apañárnoslas para devolver el libro?

—No vamos a poder hacerlo antes de que se haga de noche —contestó Leo—. Y, aun así, con la de policías y bomberos que hay…

—¿Por qué hay tantos? —preguntó Zooey.

La señora Gleason volvió a entrar en la consulta, blanca como la tiza.

—Chicos, han venido varios autobuses para evacuar el campus y llevaros a un hotel de Adders Lair. Me temo que los alumnos de segundo no podréis ir a por vuestras cosas de Bass antes de marcharos.



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