Flower en El tataranieto del «Coyote» by Pgarcía

Flower en El tataranieto del «Coyote» by Pgarcía

autor:Pgarcía [Pgarcía]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1985-01-12T00:00:00+00:00


CAPÍTULO XVI

ATRAPADO POR «LA CALAVERA»

Hacía calor, pesadas nubes colgaban sobre las colinas a lo largo de la ruta y, cuando lo avisté, el mar estaba tan gris como mi ánimo. Con cinco y mitad de los grandes en el bolsillo caídos del cielo y no rebosaba optimismo. La culpa se debía en partes iguales al cansancio y a la racha de crímenes. Ya había nueve muertos en el caso. Demasiados muertos para Flower[25]. Además, alguien se empeñaba en que yo fuera el número diez.

Iba detrás de una ranchera desde que salí de Laurel Canyon. Por el retrovisor vigilé el Studebaker convertido en mi sombra desde Yucca Avenue. El que Betty Jo Trevillyan me siguiese, en su obsesión de echarle el lazo al Coyote si es que se le ocurría establecer otro contacto con servidor, me tranquilizaba. Con ella pegada al culo no tenía que preocuparme por las asechanzas de los encapuchados de la calavera.

Tras la marcha de Luisa Yesares marqué el número de Homer Pauli para averiguar sobre el pistolero gordo, que era el punto de arranque en mi investigación particular. Si alguien sabe lo que se cuece en el hampa ese es Homer.

En cuanto pronuncié mi nombre le pasaron la comunicación. Tratándose de mí sus órdenes al respecto son muy estrictas. Me invitó a almorzar en su refugio de Malibú. Allí habían empezado los asesinatos. Hacia allá iba.

Había estado conduciendo las últimas millas medio dormido, gracias a mi memoria muscular. Sacudí la cabeza para despejarme. Tenía noches de sueño atrasado. Exactamente las mismas que llevaba durmiendo, es un decir, en la cama de la albina.

Al aproximarme a Malibú tomé la salida de la derecha. Entonces ocurrieron dos cosas: la ranchera aceleró adelantándose aún más y un camión inmenso, haciendo sonar el claxon como la sirena de un transatlántico, se interpuso entre el Studebaker y mi Chevy, se atravesó en mitad de la carretera y me embistió por detrás. Me gusta que me embistan por detrás, para qué voy a mentir, pero no los camiones.

Jurando con un cabreo negro, luché por dominar el volante saliéndome a la cuneta. Lo conseguí a pocas yardas de la ranchera, cuando de ella bajaban tres encapuchados con la calavera de la muerte en lugar de rostro y las automáticas de la muerte en lugar de manos. Todo resultaba una operación llevada matemáticamente a cabo por la fatídica banda. Me habían seguido al revés, los muy hijos de perra, con el camión de reserva en espera del lugar idóneo. Al dar con él actuaron sin contemplaciones anulando mi guardaespaldas. Esta vez no iban a marrar.

Abrí la portezuela y me dejé caer por un terraplén no muy pronunciado mientras buscaba la culata del S & W para demostrarles quién era Flower. Rodé y rodé. Al llegar abajo no sabía dónde estaba ni dónde porras había ido a parar mi revólver. Ignoro cómo lo hacen los detectives del cine. Servidor se encontraba marcadísimo.

Cuando el mareo amainó, el trío calaveras[26] (1) me rodeaba con la artillería firmemente empuñada.

—Aquí lo tenemos —dijo el primer calavera.



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