El tesoro de La Girona by Javier Pellicer

El tesoro de La Girona by Javier Pellicer

autor:Javier Pellicer [Pellicer, Javier]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-06-07T00:00:00+00:00


28

Carrickfergus, 1588

Durante sus episodios de insomnio, a Carleill le gustaba contemplar el choque de las olas contra la roca de Fergus. Desde su alcoba, en el tercer piso de la torre del mar, las aguas del Loch Laoigh se extendían en un espectáculo que podía ser impactante, durante los temporales, o plácido, cuando el océano se hallaba en calma. El arrullo lo tranquilizaba en esos momentos apacibles, pero, durante las tormentas, el fragor de las olas lo hacía verse a sí mismo con mayor humildad. Pues ¿qué era un hombre frente al poder de los elementos? Los españoles que habían perdido su grandiosa armada podían atestiguarlo.

De modo que, cuando despertó de la duermevela que había soportado toda la noche, bajó de la cama y atravesó la habitación para descorrer los cortinajes y asomarse. Todavía estaba muy oscuro, aunque pronto amanecería. El malecón que partía del extremo sur del cabo, y que hacía las veces de embarcadero, se llenaría pronto de los hombres que faenaban en los barcos allí anclados. No había muchos, y ninguno era mayor que las habituales barcazas de pesca: todo gran buque con capacidad bélica había sido requisado meses atrás para formar parte de la flota inglesa que debía enfrentarse a los españoles, así que tardarían en volver a sus tareas mercantes.

Escuchó el ronroneo de Mary y se volvió a contemplarla. La cubría una frazada de la que escapaba un hombro desnudo, tan sensual como la expresión serena de su rostro. Pronto se levantaría, o tendría que despertarla él para que pudiera regresar a sus aposentos sin que nadie la viera. Lo odiaba. Odiaba verla marchar sin poder hacer nada. Se sentía culpable todos los días. Porque lo era.

Mary se revolvió un poco antes de abrir los ojos. Cuando fue capaz de enfocar la vista, la posó sobre Carleill. Él vio en aquella mirada la dulzura que lo había enamorado, pero, a medida que ella fue tomando conciencia de la realidad, la inocencia se fue esfumando. Las preocupaciones asomaban.

—Duerme un poco más, todavía es temprano —le dijo él.

—Hoy es domingo —respondió. Lanzó un bostezo y se levantó de la cama.

Lo había olvidado. Los domingos solían ser especiales. Las puertas de la iglesia de San Nicolás, situada junto al muro norte de Carrickfergus, se abrían todas las semanas para oficiar la misa dominical. Carleill, obligado por su cargo, debía acudir sin falta junto con sus oficiales y soldados que no estaban de guardia. Pero no solía acercarse mucha más gente. Los aldeanos, sobre todo los irlandeses, seguían profesando la doctrina de Roma, por mucho que en público se guardaran de decirlo. Pocos de ellos acudían a unos oficios que seguían los preceptos del luteranismo, la religión del enemigo invasor. Que se rezara en inglés por mandato real tampoco ayudaba demasiado. Para los lugareños, era tanto una provocación como un impedimento, ya que la mayoría solo sabía hablar su gaélico natural y el latín aprendido en las iglesias católicas.

Carleill no era ajeno a los problemas que la situación religiosa provocaba, aunque tampoco era precisamente un creyente fervoroso.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.