El Sindrome de Octavia by Pérez Martí José Luis

El Sindrome de Octavia by Pérez Martí José Luis

autor:Pérez Martí, José Luis
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2016-01-24T00:00:00+00:00


- ¿A quién le apetece una morcillita de arroz?

Sócrates, que todavía se estaba despidiendo, puso una sentida cara de repugnancia.

- Siempre haces la misma gracia Sampayo.

A la vista del éxito Sampayo se encogió de hombros, sacó de debajo del mostrador un periódico y centró en él toda su atención.

- ¡Las diez de la noche! -exclamó- y todavía no he tenido tiempo ni de ojearlo. Los lunes es que son mortales, oye.

Sócrates sonrió y metió la mano en un cuenco de peladillas que había sacado Sampayo para acompañar la lectura.

- Y los martes, y los miércoles... Para ti todos los días son mortales.

Sampayo se volvió a encoger de hombros y se arrimó las peladillas hacia su vera. Cuando Rogelio entró diciendo "toclop, toclop" con los pies, lo encontró igual que siempre. Acodado en la barra, la cabeza inclinada sobre el Ax-Color tirándose pellizquitos en la nuez mientras leía. Los de la peña al verlo llegar, se chistaron, se codearon y se guiñaron entre sí, con la expectación que levantan siempre ese tipo de acontecimientos entre los disminuidos psíquicos. Sampayo, aunque lo identificó por el rabillo del ojo, siguió impertérrito con su lectura.

- Buenas noches.- La voz de Rogelio brotó sorprendentemente firme.

La de la peña, en cambio, sonó a coro de colegiales.

- Buenas...

- Hola Sampayo ¿Cultivándote cómo siempre?

- Ya ves -respondió este, sin apartar la vista de los pormenores del Lamatriz-Atléticos.

El profesor Pedruelo alzó el paquetón con el traje de torero por encima del mostrador y lo soltó descaradamente sobre el área de penalti. La variz le picaba a rabiar. Estaba deseando llegar a casa y aplicarse un chorro de agua fría.

- Esto es tuyo.

Sampayo no tuvo más remedio que levantar de nuevo la cabeza del periódico. Dejó transcurrir unos instantes sosteniéndole la mirada y después, haciendo un gesto de pocos amigos, apuntó con la nariz hacia las botas de Rogelio.

- ¿De verdad llueve tanto, o es que ha estado usted pescando?

Rogelio no respondió. Estaba intentando poner su mirada de acero, pero como además tenía que simular que no oía las risitas que brotaban de la peña a sus espaldas, no le salía todo lo bien que quería.

- ¿Dónde se ha metido usted estos días, que no le hemos visto? -la voz de Sampayo rezumaba sorna y mala uva sangrante- Dígame, ¿le sirvo lo de siempre o prefiere usted otro coñac de la botellita especial? A lo mejor ya ha aprendido a beber.

Rogelio decidió ir por partes. No quería coñac, ni refresco, no quería nada de nada. Había venido sólo un momento a devolver el traje, que por cierto les iba a hacer falta y de paso, a recoger sus cosas.

A su espalda las risitas se habían vuelto contenidas, de esas odiosas que duelen más que las puras carcajadas, pero él las ignoró por completo. De ninguna manera pensaba entrar al trapo.

Efectivamente había estado unos días fuera, de viaje. No precisamente pescando, sino apartando unas reses bravas, en la finca de una amiga, para una corrida benéfica que pensaba organizar Dios mediante,



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