El Ojo de Balamok by Víctor Rousseau

El Ojo de Balamok by Víctor Rousseau

autor:Víctor Rousseau [Rousseau, Víctor]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1920-09-15T00:00:00+00:00


IV

Las fauces de la serpiente

Ella leyó el horror de mi mirada y con un espasmo de furor retorció aún más los contornos de sus facciones; a continuación, dejó caer el velo y, siempre acompañados de aullidos de aprobación de la multitud, nos sacaron de la sala. Una guardia de soldados con capas escarlatas condujo con gran pompa a Hita hasta el palacio. Sin embargo, antes de que nos separásemos, la joven se inclinó hacia mí y pronunció apresuradamente unas palabras que hicieron latir desesperado mi corazón:

—Te amo, señor Gowani. No temas, ¡en la vida o en la muerte, seré tuya!

No toda la multitud estaba a favor de Thafti, pues el curtidor salió de su seno agitando los brazos.

—¡Hermosas palabras! —se burló—. ¡Hermosos discursos! Pero, ¿quién nos dice que Ros Marra no miente?

Thafti se volvió hacia él cuando el hombre se acercó al círculo de bancos de piedra. Hizo un gesto a dos de sus cortesanos para que sujetaran al hombre y le llevaran al interior.

—¡Oh!, Ptuth, consejero, ¿qué se puede hacer con alguien que niega el honorable nacimiento de la Reina de Fendika? —preguntó.

—Que su cuerpo alimente a las serpientes —contestó Ptuth con desdén.

El rostro del curtidor se volvió de color gris ceniza. Lanzó una enloquecida mirada hacia la multitud, pero nadie se ocupó en apoyarle. Él había contado con el favor del pueblo. En Fendika, los reformadores acababan compartiendo un destino común.

Los guardias lo arrastraron sin que opusiera resistencia y, un momento más tarde, Nasmaxa y los exiliados eran conducidos hacia el palacio, mientras que yo seguía solo, rodeado de cuatro hombres armados, evocando más a un prisionero que a un futuro esposo y rey, aunque el populacho danzaba a nuestro alrededor y me aclamaba.

El palacio era un edificio enorme y rectangular de piedra blanca, con innumerables ventanas y aspecto achaparrado, con columnas curiosamente esculpidas flanqueando las puertas, lo que me recordaba un templo asirio. Dos puertas de madera oscura y olorosa, perfectamente enceradas, daban paso a un interior espacioso, iluminado moderadamente por la misma luminiscencia difusa que, como supe más tarde, era la luz capturada de Balamok. En el interior, los pasillos se extendían irregularmente, sin ningún plan aparente, y de vez en cuando uno encontraba en ellos puertas de madera que daban paso a otras habitaciones.

En la parte posterior se veía una escalera de caracol de amplios peldaños. Mis guardianes me condujeron hacia allí pero, en vez de subir, entramos en una pequeña habitación que había junto a ella con una serpiente esculpida en la piedra de cada pilar que la flanqueaba. El interior contenía dos camas bajas cubiertas de cojines de color escarlata, una mesa de no más de treinta centímetros de altura concebida para comer y nada más; la única ventana de la habitación estaba barrada con barrotes de hierro entrecruzados.

Echando un vistazo al exterior, vi la imponente masa del gran templo de la Serpiente en cuyos muros el inmenso dinosaurio de oro parecía incorporarse para sisear en mi dirección. Recorriendo el patio cubierto de grava azul que se extendía entre los árboles enanos, había dos sacerdotes con túnicas amarillas.



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