El mago del Kremlin by Giuliano da Empoli

El mago del Kremlin by Giuliano da Empoli

autor:Giuliano da Empoli [Empoli, Giuliano da]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Grupo Planeta
publicado: 2023-03-03T09:54:16+00:00


17

Era esa hora de la noche en que la muerte entra en el mundo y, mientras recorría los largos pasillos blancos del Kremlin, tenía la sensación de encontrarme en el único lugar de toda Rusia que no estaba sumido en las tinieblas. El palacio del Senado, donde se halla el despacho de Putin, no tiene la magnitud heladora del de los zares. Aquí el poder no se dispersa diluyéndose por los espejos de salones inútiles, sino que se concentra y ejecuta. Por eso Lenin lo había convertido en la sede de su Gobierno y desde sus pequeñas salas, amuebladas con un gusto somero, se había decidido el destino del país más vasto de la tierra. Al llegar a la antecámara del presidente, dirigí el habitual saludo mudo a los retratos de los zares que adornaban las paredes y a la estatua del samurái japonés que Putin había elegido para acompañar a los jóvenes de carne y hueso de su guardia personal. El jefe de la secretaría particular me hizo un gesto para que pasara, el presidente me esperaba. Cuando entré en el despacho, estaba sentado detrás de su escritorio en vez de en el sofá que escogía habitualmente para nuestras conversaciones privadas. Muy mala señal. La gran lámpara de araña de bronce estaba apagada. Tan solo la pequeña lámpara de mesa iluminaba el despacho del Zar, creando una atmósfera de estudiado recogimiento. Me senté en uno de los dos incómodos sillones que había enfrente del escritorio de Putin.

El Zar leía un documento y permaneció en silencio unos minutos. Luego, sin apartar los ojos del papel que tenía delante, dijo:

—¿Dónde está mi índice de popularidad, Vadia?

—Alrededor del sesenta por ciento, presidente.

—Bien. ¿Y sabes quién está por encima de mí?

—Nadie, presidente. El rival más cercano está en torno al doce por ciento.

—Eso no es verdad, Vadia. Mira bien, hay un líder ruso que es más popular que yo.

No entendía adónde quería ir a parar.

—Stalin. El Padrecito es, hoy en día, más popular que yo. Si estuviéramos frente a frente en las elecciones, me haría pedazos.

La cara del Zar había adoptado la consistencia mineral que ya había aprendido a reconocerle. Me abstuve de hacer el menor comentario.

—Vosotros, los intelectuales, estáis convencidos de que es porque la gente ha olvidado. Según vosotros, la gente no se acuerda de las purgas, de las masacres. Por eso seguís publicando artículo tras artículo, libro tras libro a propósito de 1937, de los gulags, de las víctimas del estalinismo. Pensáis que Stalin es popular a pesar de las matanzas. Pues bien, os equivocáis, él es popular gracias a las matanzas. Porque él al menos sabía cómo tratar a los ladrones y a los traidores.

El Zar hizo una pausa.

—¿Sabes lo que hace Stalin cuando los trenes soviéticos empiezan a tener una serie de accidentes?

—No.

—Manda detener a Von Meck, el director de los ferrocarriles, y lo hace fusilar por sabotaje. Eso no resuelve el problema de los ferrocarriles, es más, puede incluso agravarlo. Pero es un desahogo de la ira acumulada.



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