El fragmento ámbar. El ojo esmeralda by Vicent Rosselló

autor:Vicent Rosselló
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788417589394
editor: Nova Casa Editorial
publicado: 2018-11-17T00:00:00+00:00

Capítulo 25

Viendo cómo el anciano y la muchacha bajaban del carruaje y se adentraban en la mansión que se encontraba frente a la fuente de las mujeres aladas, un individuo fornido, abrigado con una túnica larga y con capucha, pagó su pedido y se alejó del puesto del carnicero con paso decidido e impaciente. Esquivando multitudes mediante empujones y maldiciones avanzó por las cada vez más vacías calles de Capital, pues el frío del cénit invernal arreciaba cuanto más se acercaba el ocaso.

Recorrió varias calles, cruzó un par de plazas, y al poco tiempo se encontraba ya en la zona más empobrecida de Capital. Las calles embarradas y llenas de nieve sucia y a medio fundir, sin adoquinar, se encontraban ya desiertas, aunque todavía había luz en algunas ventanas. Tras recorrer algunas callejuelas, un soldado de la guardia se cruzó en su camino y lo detuvo, levantando una mano y después la lanza. Aunque no se había declarado oficialmente el toque de queda, era bien sabido que la guardia estaba intensificando sus controles, especialmente una vez puestos los soles, puesto que la llegada del rey Eleth a la ciudad era inminente.

—N o deberías merodear a estas horas —d ijo el guardia con un tono de voz amenazador —. Vuelve a tu casa si no quieres que…

El hombre se retiró la capucha de la cabeza con la mano y una vez descubrió su rostro, cambió al momento la expresión del que le había detenido.

—A h, eres tú Darren… por el Abismo, no te había reconocido.

—T ranquilo, Loic —r espondió él con voz rasposa.

—C ontinúa. Pero ve con ojo. Estas calles jodidas no son seguras, y menos a estas horas.

—L o sé.

El guardia se apartó de su camino y le permitió continuar. Darren se volvió a colocar la capucha sobre la cabeza y continuó caminando. Recorriendo el camino de memoria, al cabo de unos minutos de caminata llegó a su destino. Se trataba de una posada de mala muerte, una de las peores de aquellos barrios, cuyo nombre era La Puta de la Orilla. Sin perder tiempo en la calle, Darren abrió la puerta de la posada, pues el frío se intensificaba.

El interior de la posada era tan ruinoso como parecía por fuera. La madera del suelo y de las mesas estaba gastada y grisácea, podrida y humedecida en algunos puntos, y tanto la barra como el suelo estaban sucios con manchas tanto viejas como nuevas de aspecto pegajoso. No había un solo cliente en el establecimiento y las sillas estaban levantadas sobre las mesas. El posadero, un hombre anciano y con poco pelo ya sobre su cabeza, se dirigió a él sin apartar la vista del vaso que limpiaba desde detrás de la barra con un trapo más sucio que el vaso.

—H emos cerrado ya —d ijo con voz áspera —. Vuelve mañana.

Desoyendo su indicación, Darren se quitó la capucha y se acercó a la barra.

—Y a sabes que nunca está cerrado para mí, Leonel —d ijo mientras se sentaba en un taburete —.

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