El continente perdido y otros ensayos by Aleister Crowley

El continente perdido y otros ensayos by Aleister Crowley

autor:Aleister Crowley [Crowley, Aleister]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales, Espiritualidad, Filosofía, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2001-01-01T05:00:00+00:00


II

«Esfuérzate próximo a las Estrofíades de Hécate».

ZOROASTRO

Durante el curso 1898-1899 había abandonado Cambridge y me alojaba en Chancery Lane, gratificado por la presencia de Allan Bennett (hoy, día, Bhikkhu Ananda Metteyya) como mi invitado.

Juntos estudiamos y practicamos, durante muchos meses, el Ceremonial Mágico, y rebuscamos en viejos libros y manuscritos de reputados sabios la clave de los grandes misterios de la vida y de la muerte. Ni siquiera la ficción fue desdeñada, y fue de la ficción de donde obtuvimos un pequeño dato germinal que, a lo largo de todos estos años, ha ido creciendo hasta el presente ensayo.

Adentrémonos en el tiempo en que hallamos esta historia única y constante. Despojada de sus circunstancias locales y cronológicas, se da con ella; el escritor habla del joven, de aquel que va en pos de la Sabiduría Oculta, y que, por una u otra circunstancia, se encuentra con un adepto, quien después de varias pruebas, obtiene de dicho adepto —para bien o para mal— una misteriosa droga o poción, cuyo efecto, al menos, abre la puerta del Otro mundo. Esta poción era conocida entre los alquimistas como Elixir Vitae, o como alguna de sus «Tinturas», principalmente la «Tintura Blanca», que transforma el metal base (o percepción normal de la vida) en plata (o concepción poética); nosotros la buscábamos en vano para envenenarnos con cualquier droga que perteneciera o no a la farmacopea.

Como la plegaria de Huckleberry Finn, nada nos reportó.

Debo ahora, como el panadero, pasar por alto cuarenta años, o mejor ocho, y situarme en el momento en que mis viajes a India me familiarizaron con sus sistemas de meditación y con el hecho de que muchos de los yoguis menores utilizaran hachís (si inútilmente o no lo diremos después) para lograr el Samadhi, esto es, la unidad con el Universo —o con la Nada—, expresión vaga con la que podemos bosquejar tan supremo rapto. Tenía además la ventaja de conocer ya el libro de Ludlow, y estaba impresionado por la circunstancia de que él, obviamente ignorante de las doctrinas de los Vedas y del yoga, las expresara con bastante proximidad aunque de modo inferior y deformado.

Conocía también el primer paroxismo de la meditación, la «aridez»[3] (como la llama Molinos), que curte y purifica el alma.

El mismo ejercicio que la anegaría de luz conduce únicamente a una oscuridad más terrible que la muerte, a una desesperación y hastío que muy a menudo llevan al abandono, cuando en realidad deberían alentar, pues —como afirma el oráculo— el alba sigue a la mayor oscuridad.

La meditación, por consiguiente, me aburría, pues ataba y constreñía mi alma. Comencé a preguntarme si la «aridez» era parte esencial del proceso. Si de algún modo pudiera librar la mente de su catafalco, ¿no podría volar sin traba el Espíritu Divino hasta la Luz?

¿Quién hará rodar la piedra?

No quisiera que se pensara que formulé estos pensamientos por pura pereza o fatiga. Con la mística a mi disposición, precisaba de un periodo de días o de semanas para lograr algún resultado



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