Vampiros by Vv.Aa

Vampiros by Vv.Aa

autor:Vv.Aa. [Vv.Aa.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 2011-01-01T05:00:00+00:00


El silencio era terrible; las llamas de los cirios temblaban e inundaban de luz toda la iglesia. El filósofo volvió una página, luego otra y advirtió que lo que leía no tenía nada que ver con lo que estaba escrito en el libro. Lleno de terror, se santiguó y se puso a cantar. Con ello cobró algún ánimo: prosiguió su lectura, las páginas pasaban una tras otra. De pronto… en medio del silencio… la tapa de hierro del ataúd se abrió con estrépito y la muerta se incorporó, aún más horrible que la primera vez. Sus dientes castañeteaban con furia, sus labios se agitaban convulsivamente y pronunciaban sus conjuros entre espantosos aullidos. En la iglesia se alzó un torbellino que tiró por el suelo los iconos y levantó por los aires los cristales rotos de las ventanas; las puertas saltaron de sus goznes; una horda infinita de monstruos entró volando en el templo de Dios, que se llenó del terrible rumor de sus alas y de los arañazos de sus garras. Todas esas criaturas volaban y se arrastraban, buscando por todas partes al filósofo.

Los últimos restos de la borrachera se disiparon de la cabeza de Jomá, que no paraba de santiguarse y recitaba las oraciones como buenamente podía, al tiempo que oía cómo esa turba inmunda se agitaba a su alrededor, rozándole casi con los extremos de sus alas y de sus repugnantes colas. No tuvo ánimos para mirarlos con detenimiento; solo vio que un monstruo enorme, cubierto de un bosque de cabellos revueltos, ocupaba toda la pared; a través de esa maraña miraban dos ojos horribles, con las cejas ligeramente arqueadas. Por encima de él flotaba en el aire una especie de enorme vejiga con miles de tentáculos y aguijones de escorpión, de los que colgaban jirones de tierra negra. Todos le miraban y le buscaban, pero no podían verlo porque estaba rodeado del círculo mágico.

—¡Traed a Vi! ¡Id a buscar a Vi! —retumbó la voz de la muerta.

De pronto la iglesia quedó en silencio; se oyó en lontananza el aullido de los lobos; pronto resonaron en todo el templo unos pasos trabajosos. Mirando de reojo, el filósofo vio que traían a un ser achaparrado, rechoncho, patizambo. Todo su cuerpo estaba cubierto de tierra negra, por entre la cual sus manos y sus pies sobresalían como nudosas y fuertes raíces. Andaba con dificultad, tropezando a cada paso. Sus largos párpados colgaban hasta el suelo. Jomá advirtió con espanto que su rostro era de hierro. Le llevaron por el brazo hasta el lugar donde se encontraba el filósofo.

—¡Levantadme los párpados! ¡No veo! —dijo Vi con voz cavernosa.

Y toda la horda se apresuró a cumplir su mandato.

«¡No mires!», le susurró al filósofo una voz interior.

Pero no pudo resistir la curiosidad y miró.

—¡Ahí está! —gritó Vi, señalándole con su dedo de hierro.

En ese momento todas las criaturas que allí había se abalanzaron sobre el filósofo, que, muerto de miedo, cayó al suelo sin respiración y falleció en el acto.

En ese momento resonó el canto del gallo.



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