El club Dumas by Arturo Reverte

El club Dumas by Arturo Reverte

autor:Arturo Reverte
Format: mobi
Tags: adventure
publicado: 2010-03-14T19:22:27+00:00


- Tengo un regalo para ti -dijo la chica.

Caminaban por la orilla izquierda junto a los tenderetes de los buquinistas, entre grabados colgando en sus fundas de plástico y celofán, y los libros de segunda mano alineados sobre el pretil del río. Un bateau-mouche navegaba despacio corriente arriba, a punto de hundirse bajo el peso de unos cinco mil japoneses, calculó Corso, y otras tantas videocámaras Sony. Al otro lado de la calle, tras el cristal de sus exclusivos escaparates con pegatinas Visa y American Express, engolados anticuarios oteaban con disimulo el horizonte a la espera de un kuwaití, un estraperlista ruso o un ministro ecuatoguineano a quien colocar el bidet -porcelana decorada, Sévres- de Eugenia Grandet. Pronunciando, por supuesto, todas las oes con riguroso acento circunflejo.

- No me gustan los regalos -murmuró Corso, hosco-. Una vez unos tipos aceptaron cierto caballo de madera. Artesanía aquea, ponía en la etiqueta. Los muy cretinos.

- ¿No hubo disidentes?

- Uno, con sus niños. Pero salieron varios bichos del mar, haciendo con ellos un estupendo grupo escultórico. Helenístico, creo recordar. Escuela de Rodas. En aquel tiempo los dioses eran demasiado parciales.

- Siempre lo fueron -la chica miraba el agua turbia del río como si arrastrase recuerdos. Corso la vio sonreír, reflexiva y ausente-. jamás conocí un dios imparcial. Ni un diablo -se volvió hacia él de forma inesperada; sus anteriores pensamientos parecían haberse ido corriente abajo-. ¿Crees en el diablo, Corso?

La miró con atención, mas el río había arrastrado también las imágenes que segundos antes poblaron aquellos ojos. Ya sólo había allí verde líquido, y luz.

- Creo en la estupidez y en la ignorancia -le sonrió a la chica con aire cansado-. Y creo que el mejor navajazo es el que se da aquí, ¿ves? -señaló su propia ingle-. En la femoral. Cuando lo están abrazando a uno.

- ¿Qué temes, Corso? ¿Que te abrace?… ¿Que el cielo te caiga sobre la cabeza?

- Temo a los caballos de madera, a la ginebra barata y a las chicas guapas. Sobre todo cuando traen regalos. Y cuando usan el nombre de la mujer que derrotó a Sherlock Holmes.

Habían seguido caminando, y se hallaban sobre las planchas de madera del Pont des Arts. La joven se detuvo, apoyándose en la barandilla metálica junto a un pintor callejero que exponía minúsculas acuarelas.

- Me gusta este puente -dijo-. No pasan coches. Sólo parejas de enamorados, viejecitas con sombrero, gente ociosa. Es un puente con absoluta ausencia de sentido práctico.

Corso no respondió. Miraba las gabarras que pasaban, mástiles abatidos, entre los pilares que sostenían la estructura de hierro. En otro tiempo los pasos de Nikon sonaron en aquel puente junto a los suyos. La recordaba deteniéndose también junto a un vendedor de acuarelas, quizás el mismo, arrugada la nariz porque el fotómetro no estaba a sus anchas con la luz diagonal, excesiva, que incidía sobre la aguja y las torres de Notre-Dame. Habían comprado foie-gras y una botella de Borgoña que más tarde fue su cena en la habitación del hotel,



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