El camino después del ocaso by Alexander Cardona

El camino después del ocaso by Alexander Cardona

autor:Alexander Cardona
La lengua: spa
Format: epub
Tags: NOVELA CONTEMPORÁNEA
editor: Calixta Editores


—¿Tú mamá ha preguntado por mí o se ha interesado por saber cómo estoy? —le pregunté a Samanta una vez el joven se había retirado; sin saber por qué, anhelaba una respuesta positiva.

—No, no lo ha hecho —contestó Samanta.

Traté de restarle importancia a la respuesta, pero no pude, los sentimientos superaban mis fuerzas, en mi rostro fue evidente que lo que sentía no era bueno. Samanta lo notó.

—Lo siento —dijo y puso su mano sobre la mía.

—No te preocupes, estoy bien, son bobadas —le contesté y pensé en lo tonto que era por preguntar tales cosas.

Fuimos a tomar café y seguimos hablando, me contó muchas cosas y yo a ella también. En un momento dado le pregunté por nuestra madre biológica, quería saber qué había sucedido con ella. Samanta me convenció de ir a su casa y así verla, dudé un poco, sin embargo, al final accedí.

Terminamos nuestro café y nos dirigimos hacia la casa de Nora, ahora vivían en otro lugar de la ciudad. Cuando llegamos, Samanta me señaló la casa, era más bonita que la de antes, lo cual me alegró. Al bajarnos del taxi sentí una mirada sobre mí, desde el balcón de la casa, Nora nos observaba y al cruzar mis ojos con ella dio media vuelta y abandonó el balcón; Samanta se percató también de su reacción.

—Espérame un momento —dijo—, voy a hablar con ella.

—Está bien, yo te espero —le dije—, igual si ella no quiere verme no te preocupes, yo entiendo.

—Okay —dijo Samanta.

Sacó de su bolso de mano las llaves para abrir la puerta y entró; yo me quedé frente a la puerta. A los cinco minutos volvió a salir Samanta, respiraba un poco más rápido de lo normal.

—Lo siento, dice que no se siente bien.

—Yo la entiendo, no hay problema —le dije con una sonrisa como tratando de restarle importancia a la situación—, déjala tranquila.

—Qué pena contigo, lamento su comportamiento tan raro.

—No te preocupes —le dije, pese a que me sentía mal. Experimentaba algo extraño dentro de mí, tenía ganas de irme y nunca más volver a intentar verla; era la última oportunidad de hacer preguntas y de decirle que no sentía rencor por lo sucedido, que perdonaba cualquier error, pero ella no quiso verme.

Sentí que las lágrimas iban a aparecer en mis ojos, pero me contuve, miré a Samanta y cambié de tema de conversación.

—Me gusta mucho este barrio donde viven ahora —le dije mientras miraba a otro lugar para que ella no viera mis ojos—, es muy bonito.

—Gracias —contestó Samanta—, hace cinco años estamos acá.

Respiré profundo, se hizo un silencio que disimulé mirando todo alrededor.

—Creo que es hora de irme —La miré a los ojos—, recuerda que viajo hasta Rionegro y no quiero que se me haga tarde.

—Claro—dijo Samanta.

—Fue un placer verte, espero que sigamos en contacto.

—Por supuesto que sí —dijo Samanta con una sonrisa cordial y tierna. Me despedí con un abrazo y un beso, estaba seguro de que a ese lugar no volvería.

Tomé un taxi que me llevó hasta la terminal de transportes al norte de la ciudad.



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