El último Van Gogh by Alyson Richman

El último Van Gogh by Alyson Richman

autor:Alyson Richman [Richman, Alyson]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2006-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Soñaba mi encuentro con Vincent mientras el órgano resonaba contra las vigas y las largas reverberaciones azules y rojas de los vitrales en el piso de piedra.

Pensé en el cuadro de Vincent con la paleta de colores azul medianoche y las nervaduras de la iglesia. Las pintó oscuras y fatídicas como una fortaleza impenetrable, plomiza y solitaria. Yo estaba sentada dentro de las paredes que él había pintado tan opacas. Y yo veía la iglesia en mi cabeza tal como él la había visto. Las ventanas sin reflejo y el reloj del campanario sin números ni manecillas.

El coro cantaba, el órgano sonaba y el cura de nuestro pueblo hablaba sin cesar de los sacrificios de Cristo y de nuestros errores en un mundo pecador.

Dudaba entre confesarme y pedir perdón por mis pecados de la noche en que me escabullí de casa. «¡Sin duda un beso tan apasionado como el que compartí con Vincent es un pecado!», pensé. «¿No debería pedir perdón?».

Pero yo no quería entrar a ese gabinete de palo de rosa para buscar el perdón por algo que me hacía sentir más viva que nunca. No quería escuchar que eso era malo ni hacer penitencia y, sin duda, no deseaba que el recuerdo se esfumara. Pedir la absolución era lo más cruel que podía imaginar.

Por lo tanto, después de misa y de recibir la comunión, me abstuve de confesarme. Salí por el atrio, el que Vincent había pintado aquella noche, y recordé cuando estuvimos ahí para besarnos por primera vez. Si hubiera podido recordarlo mil veces, lo hubiera hecho. Pero el campanario indicaba el final de la misa y papá y Paul me esperaban para que les sirviera de comer.

Alcé un poco mis enaguas y empecé a recorrer el sendero que Vincent había pintado de manera tan simbólica. Eché un último vistazo al chapitel de la iglesia, el techo alto que había representado parcialmente en llamas. Ahora parecía de carbón contra el cielo del mediodía.

Tomé el sendero izquierdo, en la misma dirección que había tomado la pequeña neerlandesa en su camino apresurado. Cuando mi falda gris se hinchó detrás de mí, me divirtió pensar cuánto me parecía a ella.



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