El ángel roto by Gloria Casañas

El ángel roto by Gloria Casañas

autor:Gloria Casañas [Casañas, Gloria]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9789506442620
publicado: 2012-12-20T10:59:45+00:00


Pétalo se encontraba al borde de la exasperación. Esa tarde había debido soportar la visita de la amable señorita, acompañada de la esclava muda. Fue durante la siesta.

Un coche se detuvo ante la puerta de palos y de él descendieron las mujeres, provistas de bártulos. Dieron una orden y el coche se alejó traqueteando.

Elizabeth O’Connor entró a la casita como si fuese la dueña, sonriente y dispuesta. Llevaba una capota anticuada que sujetaba su cabello ensortijado y un vestido con sobrepuesto que disimulaba su estado. La muchacha india miraba a Pétalo despojada de remilgos, como si fuese invisible. Ella acababa de enterrar sus vicios en el jardín, como le había exigido el amo Julián, y se encontraba de pésimo humor a raíz de ello. Tuvo que fingir cortesía, en principio por conveniencia, ya que cualquier desatino sería comunicado a su protector de inmediato, y también porque, de alguna manera, aquella mujercita extravagante le resultaba simpática.

—Xiang-Bo —le decía, mientras se limpiaba la tierra de las botas en el umbral—. Hemos venido a importunarte. El querido Julián nos dijo que podríamos pasar un rato en tu compañía, y como estábamos algo aburridas en la casa… ¿No es cierto, Livia? Ah, pero traemos algunas golosinas para que nos perdones la intromisión —y Elizabeth sacó del bolso de cuero un paquete encerado que desprendía un aroma exquisito—. ¿Podrás enseñarnos a preparar un té oriental?

Pétalo se inclinó con mansedumbre y comenzó la ceremonia del té. Las mujeres se mostraban atentas a sus movimientos, como si quisiesen aprender de ella. Se admiraron de las carpetas de juncos trenzados que colocó sobre la mesa de ébano, de los cuencos de arcilla coloreada y del incienso que flotaba en el ambiente, mezclado con el aroma de los jazmines de invierno recién cortados.

—Es muy bonita la casa, Xiang-Bo. Tienes buen gusto para los detalles. Julián espera que te mostremos algunas de nuestras costumbres, aunque no estoy segura de que sean más apropiadas que las de tu país. ¿Deseas aprender algo en particular? Livia ha traído unos libros con láminas que quizá te agraden.

La amable señorita era sutil, pero Pétalo lo era más, y captaba a la perfección las intenciones por debajo de la cortesía. Querían transformarla en una mujer occidental para poder entregarla a la sociedad, una vez amaestrada. Disimuló el rencor que se agolpó en su pecho y puso a calentar agua en el brasero, mientras distribuía las hojas de té sobre un lienzo. Antes de que el líquido hirviese, lo volcó sobre una tetera pequeña, también de arcilla, y luego echó las hojas de a una, mirando con atención cómo se teñía el agua a medida que las añadía.

—Antes, oler —advirtió, cuando las mujeres se disponían a dar el primer sorbo.

Ellas cumplieron con el rito y degustaron esa bebida aromática que adquiría otro sabor sin leche ni azúcar que la distorsionasen.

—Delicioso —concluyó Elizabeth al cabo de tres tazas. Su estómago no soportaba estar demasiado lleno.

Pétalo había sentido la tentación de ofrecerles el otro té, el que daba a su amo cuando lo necesitaba, pero la condición de la amable señorita la disuadió.



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