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autor:þÿ
La lengua: eng
Format: epub
publicado: 2011-01-10T16:00:00+00:00


Maquiavelo envió a su esposa algunas cosas que en la casa desvencijada deTotto corrían peligro de estropearse: varios libros en latín de viejos poetas clásicos,un volumen de Dante que ya había pertenecido al padre, pliegos escritos con versos,algunos objetos de plata heredados de la veja casa de los Machiavelli, restos escuetosde un humilde origen, una familia donde había aprendido a hacerse amado a travésde amar los libros y demostrar a sus padres, enamorados de los saberes, que él losconocía todos, que él los había devorado y leído y aprendido todos. Sintió que seguíateniendo que demostrar al mundo ese saber que él había heredado de aquellosautores antiguos a los que parecían despreciar estos hacedores de una República que,lamentablemente, no respondía a la ilusión primera. Al fin, no valía de nada el sabersin un apellido ilustre; no valía el esfuerzo, ni el trabajo bien hecho, ni el amor a lapatria, sin unas relaciones adecuadas. Poco a poco, su República había idodecantándose hacia una añoranza del sistema de gobierno de las grandes fortunas,que eran capaces de sostener la pujanza de la economía florentina a cambio de ejercerel poder.

Le escribió a Marietta que no sabía cuándo podría ir a verla, que las cosas seiban a poner mal, que no se moviera de Sant'Andrea, que allí estaba segura con sushijos y con las otras mujeres de su familia, que no se preocupase por esos negociosque había dejado sin terminar, en realidad sin empezar, pues ahora La Signoríavolvía a pagarle tarde y mal, y no podía echar cuenta con los ingresos que él previó.Que partía a inspeccionar las fortalezas de Pisa, Arezzo y Poggio, pues seguramentelas tropas del Papa se acercarían por allí a rodear Florencia, y tenía que organizar unnuevo encargo que le había sugerido a su amigo Soderini, el de formar una caballeríaligera, imprescindible para asegurar completas las victorias de la infantería. Quevelase muy bien por ese pequeño Guido, al que todavía presentía algo débil, másvulnerable que los otros, y que no se preocupase, pues pronto, sin duda, tendría laalegría de gozar de una nueva preñez cuando estuviese repuesta del todo.

La inquietud había extendido un manto áspero sobre Florencia, en un inviernopertinaz que se prolongaba más allá de la propia primavera aquel abril de 1511. Sehabían desatado graves revueltas entre los florentinos. Se hablaba de la Liga Santacontra Francia, un ejército creado por el papa Julio II apoyado con tropas españolas,que se repartiría los Estados italianos. Ante la inminencia que se presentía de nuevoscambios, en la capital de Florencia se habían pronunciado ya abiertamente dosbandos opuestos: unos, los palleschi , que defendían reintegrar a los Médicis a supalazzo de Vía Larga como forma de ganarse la simpatía del Papa, pues él ya eradecididamente aliado de los Médicis y los ayudaría a regresar de su exilio; y otros,los republicanos, dispuestos a resistir con su milicia ciudadana, su ejército devoluntarios del pueblo, al que se habían sumado campesinos fervorosos seguidoresde Soderini, dejando sus casas y sus tierras de labranza; pero el confaloniero no iba aestar a la altura de la situación.



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