A las 12:10 by Jorge Inostrosa Cuevas

A las 12:10 by Jorge Inostrosa Cuevas

autor:Jorge Inostrosa Cuevas [Inostrosa Cuevas, Jorge]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2010-01-01T00:00:00+00:00


—¡Teniente —gritó Prat—, algo ha hecho explosión en la sentina!

—¡Mire usted, comandante, comienza a disminuir el andar; ya casi no nos movemos! —señaló Serrano.

El jefe cruzó apresuradamente la cubierta, yendo hacia el telégrafo que comunicaba con la sala de máquinas, pero, antes de llegar a él, se abrió una escotilla y asomó el rostro demudado del ingeniero Mutilla.

—¡Comandante —gritó desolado—, al forzar la máquina estallaron dos de las calderas!

Prat se detuvo, como si lo hubieran golpeado, y se quedó mirando al ingeniero.

—¿No hay forma de reparar el daño? —preguntó en voz baja, para no provocar alarma.

—Imposible, comandante —musitó Mutilla.

—¿Podemos seguir navegando con una sola caldera?

—Sí, señor, pero… a dos o tres nudos.

La Esmeralda estaba fatalizada. ¿Qué resistencia podría oponer a los dos blindados que navegaban a once nudos?

—¿Combatiremos… de todos modos? —balbuceó Serrano.

—¡Sí, señor! —replicó el comandante con violencia—. ¡Aunque la Esmeralda se niegue a seguir moviéndose! ¡Tenemos que impedirles pasar al sur!

La Covadonga llegaba en ese instante y emparejaba su proa a la popa de la capitana.

—«¡Comandante Prat, tenemos al Huáscar y la Independencia encima!» —gritaba Condell por medio de la bocina.

El jefe de la Esmeralda avanzó hasta la borda y le ordenó, también con una bocina:

—«Seguir mis aguas. Guardar sus fondos. Cada cual a su puesto y cumplir con su deber».

Vibrante, a pesar de la distancia, llegó la respuesta de Condell:

—«All right!».

Arturo Prat miró hacia el mar. Los barcos enemigos estaban ya a poco más de dos mil metros. Pensó que alcanzaba a cambiar su ropa por su uniforme de parada. Se encaminó rápidamente hacia su cámara, pero al pasar junto a Uribe reflexionó en que la lucha sería larga y que la mayor parte de los tripulantes no había podido tomar su rancho de la mañana. Ordenó al segundo que dispusiera el almuerzo de la gente y que colocara una señal a la Covadonga consultando si había almorzado su tripulación. Dada la orden, siguió caminando, pero antes de llegar a su destino le interceptó el paso un personaje que lucía extraño entre los marineros y artilleros. Era un civil, el tripulante 201, el ingeniero Agustín Cabrera, que, habiendo sido enviado al norte por la Comandancia General de Marina, para que rastreara el cable submarino e interpusiera aparatos que establecieran la comunicación entre Iquique y Valparaíso, se había quedado atrapado a bordo de la Esmeralda.

Tímidamente abordó a Prat.

—¿Y yo, señor, en qué podré ser útil?

El capitán lo contempló asombrado, pero luego, comprendiendo el afán patriótico que movía al ingeniero, le dijo:

—Trate de llevar un apunte minucioso de los efectos de los disparos, sean nuestros o de los enemigos, y si esto no fuera posible, ayude al cirujano cuando sea necesario.

Reconfortado por la actitud de aquel civil, Prat bajó a su cámara a ponerse su uniforme de parada.



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