38 estrellas by Josefina Licitra

38 estrellas by Josefina Licitra

autor:Josefina Licitra [Licitra, Josefina]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2018-08-31T16:00:00+00:00


6.

Juan Carlos Domingo Trujillo nunca había construido un túnel. Hijo de un obrero frigorífico y una trabajadora de la salud, había entrado al MLN a los diecinueve años con un par de empleos como única referencia. Mientras estudiaba Trabajo Social, había sido operario en una fábrica de vidrio y había pasado por una casa de toldos. Y esa experiencia había alcanzado para que, en la Columna 15, fuera llamado para una tarea que terminaría por averiarlo anímicamente: tendría que cavar un conducto y vivir en los caños durante diez días.

Se enteró de la misión recién cuando estaba allá abajo. Hasta ese momento cada acción —como siempre en esos casos— se había manejado de un modo compartimentado. Cada área tenía un responsable con gente a su cargo, pero esas personas no conocían compañeros de otro sector. Trujillo no sabía que arriba de todo estaban los nombres siguientes ni que tenían estas responsabilidades: Henry Engler, parte de la dirección del MLN, había elegido y alquilado la casa próxima al tendido cloacal en la que se haría la cobertura, esto es: el lugar —camuflado de vivienda familiar— donde se empezaría a construir el túnel que iba hasta la red de desagüe. Mauricio Rosencof, también de la dirección, se venía ocupando, entre otras cosas, de la trama política: se había reunido con Leonel Seregni, fundador y candidato del Frente Amplio, para avisarle que en la previa a las elecciones no habría acciones problemáticas, salvo por dos excepciones: la fuga de Cabildo y la de Punta Carretas. Juan Rosendo Faccinelli —a quien todos recordarían por su nombre de guerra, Enrique— estaba a cargo de todo el proceso de cavado y era un maestro en el armado de berretines: escondites de armas o de gente que estaban disimulados bajo el piso o tras una doble pared. Aurelio Fernández, estudiante de Medicina y responsable del Grupo de Acción que protegía la casa, debía tener listos los vehículos para trasladar a las compañeras apenas salieran y debía saber dónde dejar a cada una. Y Gabriel Schroeder, otro estudiante de Medicina, era el que ordenaba la parte operativa en las cloacas y estaba atento a los eventuales imprevistos.

Por debajo, todo lo demás era tropa. Ahí estaba Trujillo.

Una madrugada de mediados de julio de 1971 fue tabicado y metido en un auto. El coche dio varias vueltas hasta que entró al estacionamiento de una casa del barrio Villa Muñoz, a diez cuadras del penal de Cabildo. Hacía un frío tísico —era pleno invierno— pero Trujillo sudaba. No sabía dónde estaba. Después le dirían que cerca del cruce de las calles Nueva Palmira y Democracia. Ni bien le quitaron la capucha se adaptó nerviosamente a la única información disponible. En uno de los cuartos de la casa, lindero a la vereda y a un patio, había un piso de madera que se abría y conducía a un habitáculo pequeño.

—Bajá —escuchó Trujillo.

Le hablaba Enrique, el coordinador de la excavación. Ambos descendieron. Enrique cerró la tapa desde abajo. Adentro estaba oscuro. El berretín



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