Zen en el arte del tiro con arco by Eugen Herrigel

Zen en el arte del tiro con arco by Eugen Herrigel

autor:Eugen Herrigel [Herrigel, Eugen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Filosofía
editor: ePubLibre
publicado: 1947-12-31T16:00:00+00:00


VI

Cada día que pasaba descubría que iba penetrando con mayor facilidad en la ceremonia preliminar que sirve de antesala a la Gran Doctrina del tiro con arco, cumpliéndola sin esfuerzo o, para ser más preciso, sintiéndome llevado a través de ella como en un sueño. En este sentido las predicciones del Maestro se hicieron realidad. Sin embargo, me era literalmente imposible evitar que la concentración disminuyera en el preciso instante en que debía «llegar» el disparo. El acto de esperar en el punto de mayor tensión no solo se hizo tan fatigoso que la tensión se reducía hasta aflojarse, sino tan penoso que me sentía constantemente «arrancado» de mi autoinmersión y tenía que dirigir inevitablemente mi pensamiento hacia el acto de disparar el tiro.

—¡Deje de pensar en el tiro! —exclamaba el Maestro—. De ese modo está condenado a fallar.

—No puedo evitarlo —contestaba—; la tensión se vuelve demasiado dolorosa.

—La siente solo porque no ha conseguido desprenderse realmente de sí mismo. Todo es muy simple. Puede aprender qué debe hacer de una hoja de bambú, que se va inclinando cada vez más bajo el peso de la nieve y, de pronto, la nieve se desliza hasta el suelo sin que la hoja se haya siquiera estremecido. Permanezca de esa misma manera en el punto de mayor tensión hasta que el tiro «caiga». Así en verdad: cuando la tensión ha llegado al colmo, el tiro debe «caer» por sí mismo, debe caer del arquero como la nieve de una hoja de bambú, antes de que él haya podido siquiera pensarlo.

Pese a todo cuanto hiciera o dejara de hacer era incapaz de esperar hasta que el tiro «cayera» y, como antes, no me quedaba otra alternativa que la de dispararlo deliberadamente. Este obstinado fracaso me deprimía aún más por cuanto ya había cumplido mi tercer año de instrucción. No negaré que he pasado muchas horas sombrías preguntándome si podía justificar este derroche de tiempo que no parecía tener ninguna relación concebible con lo que había realmente aprendido y experimentado hasta entonces. La sarcástica observación de un compatriota de que en el Japón había otras muchas cosas que hacer y que aprender además de ese «miserable arte», volvía a mi memoria, y aunque la había desechado en aquel momento, su pregunta acerca de qué me proponía hacer luego con mi arte una vez que lo hubiera aprendido —si llegaba a aprenderlo— ya no me parecía tan absurda.

El Maestro debe de haber comprendido lo que estaba ocurriendo en mí. Como Komachiya me contara luego, había tratado de leer una introducción japonesa a la filosofía tratando de hallar la manera de ayudarme desde un plano que me fuera familiar. Pero había dejado el libro con enojo y había observado que por fin comprendía la razón por la cual a una persona que podía interesarse en esas cosas le resultaba tan excepcionalmente difícil aprender el arte de los arqueros.

Pasamos nuestras vacaciones de verano a orillas del mar, en la soledad de un paisaje tranquilo y de ensueño, que se singularizaba por su delicada belleza.



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