Y el verbo se hizo polvo by Isaías Lafuente

Y el verbo se hizo polvo by Isaías Lafuente

autor:Isaías Lafuente [Lafuente, Isaías]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Espasa
publicado: 2014-04-28T22:00:00+00:00


Licenciada, no; interesada, sí

Tenemos nuestra historia. Hace poco más de un siglo un catedrático le espetó a la primera universitaria española: «¡No quiero doctores con faldas!». Y hace cuarenta años, un miembro del tribunal que la examinaba exclamó ante la aspirante a embajadora María Rosa Boceta: «¡Mientras yo esté en este tribunal no habrá en España una mujer diplomática!».

Las dos proclamas reflejan bien la situación de exclusión que vivieron las mujeres españolas a lo largo del siglo pasado. Una situación que no sólo estaba en los usos y costumbres de una sociedad secularmente machista, sino que se elevó a la categoría de ley para hacer de las mujeres ciudadanas de segunda, meros apéndices civiles del hombre, sin derecho a ocupar ámbitos públicos reservados en exclusiva a los hombres y con limitaciones para desenvolverse con libertad incluso en la vida cotidiana.

Aquellas que procuraban escapar de ese corsé se arriesgaban a ser consideradas unas marimachos. Hasta en momentos de aceleración democrática, como en la Segunda República, en las Cortes se escucharon argumentos para no conceder el voto a las mujeres en virtud de su histerismo natural, su falta de madurez intelectual, su menstruación perturbadora o su carácter sumiso ante el marido o el sacristán. Así éramos. Como para ponerse a nombrar en femenino…

En los años sesenta y, fundamentalmente, en el epílogo de la dictadura, las cosas comenzaron a cambiar. Las mujeres fueron incorporándose, primero paulatinamente y más tarde de manera masiva, a profesiones hasta entonces dominadas por los hombres. María Telo, abogada que en las postrimerías del franquismo, trabajó para que se eliminase la «licencia marital» —una especie de permiso que el marido tenía que conceder para hacer casi cualquier cosa—, me explicó hace años que, cuando accedió a su profesión, usar el masculino abogado era para las mujeres una forma de reivindicar y de visualizar una conquista. No sólo habían ocupado un ámbito históricamente masculino, sino que se podían llamar como los hombres: abogado.

Después las cosas cambiaron y la reclamación fue la evidente, llamar a las cosas por su nombre. Ese día, María Telo decidió pintar a mano un rabito en la o en la chapa de la puerta de su casa para que pudiera leerse abogada.

El cambio puede parecer sencillo, pero no lo fue. En 1992, cuando España estaba mostrando al mundo el perfil de un país moderno con los Juegos Olímpicos de Barcelona y con la Expo de Sevilla, todavía teníamos cosas tan pequeñas como ésta sin resolver. Ese año, Isabel Blas, que había terminado su carrera de Periodismo en 1989, fue a recoger su título universitario. Fue entonces cuando se encontró con un papel que certificaba una mutación sexual de la que no era consciente al comprobar que «ella» era «licenciado». El espacio reservado para las firmas en el documento oficial remataba la confusión de la mujer: allí «la licenciado» recuperaba su absoluta feminidad bajo la denominación de «la interesada». Isabel podía ser interesada, pero no licenciada.

Era un anacronismo. Aunque por entonces las mujeres llevaban ya un siglo



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