Viaje al Centro de la Tierra by Julio Verne

Viaje al Centro de la Tierra by Julio Verne

autor:Julio Verne [Verne, Julio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Juvenil
ISBN: 9788498721119
publicado: 2010-11-10T23:00:00+00:00


Capítulo XXIV

Al día siguiente no nos acordábamos de nuestros sufrimientos pasados. Me maravillaba el hecho de no sentir sed, y no se me alcanzaba la causa de este fenómeno. El arroyo que corría a mis pies murmurando, se encargó de explicármelo.

Desayunamos, y bebimos de aquella excelente agua ferruginosa. Me sentí regocijado y decidido a ir muy lejos. ¿Por qué un hombre convencido como mi tío no debía salir airoso de su empresa, con un guía ingenioso, como Hans, y un sobrino decidido como yo? ¡Ved que bellas ideas brotaren de mi cerebro! Si me hubiesen propuesto regresar a la cima del Sneffels, habría renunciado con indignación.

Pero por fortuna, se trataba de bajar.

- ¡Partamos! -grité despertando con mis entusiastas acentos a los viejos ecos del Globo.

Reiniciamos nuestra marcha el jueves a las ocho de la mañana. La galería de granito, formando sinuosos rodeos, presentaba inesperados recodos simulando la confusión de un laberinto; pero en definitiva seguía siempre la dirección sudeste. Mi tío no dejaba de ver con el mayor cuidado su brújula para poderse dar cuenta del camino recorrido.

La galería se deslizaba casi horizontalmente con un declive de dos pulgadas por toesa, a lo sumo. El arroyo corría murmurando a nuestros pies sin gran celeridad. Lo comparaba yo a algún genio familiar que nos guiase a través de la tierra y acariciaba con mi mano la tibia náyade cuyos cantos acompañaban nuestros pasos. Mi buen humor tomaba con gusto un giro mitológico.

Por lo que respecta a mi tío, renegaba de la horizontalidad del camino, cosa que en él, no podía llamar la atención. Conociendo que era el hombre de los verticales. Su ruta se alejaba indefinidamente y, en vez de deslizarse a lo largo de un radio terrestre, según su propia expresión, se marchaba por la hipotenusa. Pero no éramos dueños de elegir, y en tanto nos aproximásemos al centro, por muy poco que esto fuese, no teníamos derecho a quejarnos.

Además, las pendientes se hacían de vez en cuando más rápidas, y entonces, nuestra náyade 55 aceleraba su peso, mugiendo al saltar de roca en roca, y descendíamos con ella a profundidades mayores.

En conclusión, aquel día y el siguiente, avanzamos bastante en el sentido horizontal y relativamente poco en el vertical.

El viernes 10 de julio, por la tarde, debíamos, según nuestros cálculos, encontramos a treinta leguas de Reykiavik, y a una profundidad de diez leguas y media.

Luego se abrió entre nosotros un pozo bastante imponente. Mi tío no pudo abstenerse de palmotear como un niño, calculando la rapidez de sus pendientes.

- He aquí un pozo -exclamó-, que nos llevará muy lejos, y con facilidad, porque los salientes de las rocas forman una verdadera escalera.

Hans preparó las cuerdas a fin de prevenir todo accidente, y dio principio el descenso, que no me atrevo a calificar de peligroso, porque me encontraba ya familiarizado con este género de ejercicio.

Era este pozo una angosta hendidura practicada en el macizo, una de aquellas grietas conocidas en la mineralogía con el nombre de "fallas", producidas evidentemente por la contracción de la armadura terrestre; en la época de su enfriamiento.



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