Robinson Crusoe (Penguin Clásicos) by Daniel Defoe

Robinson Crusoe (Penguin Clásicos) by Daniel Defoe

autor:Daniel Defoe [Defoe, Daniel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1718-12-31T16:00:00+00:00


SEGUNDA PARTE

17

ROBINSON VUELVE AL MAR

Existe un proverbio frecuentemente empleado y que encuentra en la historia de mi vida su mejor verificación: «Genio y figura, hasta la sepultura». Cualquiera podría pensar que después de treinta y cinco años de aflicciones y toda clase de desdichados sucesos que, según pienso, pocos hombres habrán tenido que soportar, y luego de casi siete años de tranquilidad y gozo rodeado de las cosas más apetecibles, ya viejo y con experiencia suficiente para discriminar sobre las distintas posibilidades de una vida atemperada y elegir entre ellas la más propia para hacer a un hombre enteramente feliz, cualquiera hubiese pensado, repito, que mi propensión natural a las aventuras, cuya intensidad he descrito al referir mis primeras andanzas por el mundo, habría ya cedido terreno y que a los sesenta y un años de edad me sentiría más inclinado a permanecer en mi hogar que a lanzarme fuera de él arriesgando otra vez la vida y la fortuna.

A esto hay que agregar que la razón habitual de esta clase de riesgos ya no existía para mí, por cuanto era hombre rico y sin ninguna necesidad de buscar otros bienes. De ganar diez mil libras no hubiera sido más rico por ello, ya que tenía suficiente para mí y aquellos a quienes legaría mi fortuna, la que por otra parte iba en aumento; de manera que mi verdadera ocupación consistía en quedarme quieto y gozar plenamente de cuanto la suerte me otorgara, viendo a la vez cómo aumentaba día a día su caudal.

Todas estas consideraciones no producían efecto en mí, por lo menos en medida suficiente como para combatir la fuerte tentación que me acometía de navegar una vez más, la que se presentaba con la regularidad de un mal crónico. Lo que más me movía era el deseo de ver mi nueva plantación en la isla, así como la colonia que allí dejara; esto bullía constantemente en mi cerebro. Soñaba noche a noche con la isla, y de día me la imaginaba, y la tenía a cada instante en mis pensamientos; tanto y tan ardientemente incubó mi fantasía esa idea que hasta en sueños hablaba yo de ella.

Con frecuencia he oído decir a personas de buen sentido que toda la algazara que hacen las gentes a propósito de fantasmas y apariciones obedece simplemente a la fuerza de su imaginación y los excesos a que la fantasía puede llegar en sus mentes; agregan que no hay tales espíritus que se aparezcan, ni fantasmas, ni cosas parecidas.

Por mi parte, hasta ahora no sé lo que existe de cierto en materia de apariciones, espectros, muertos que retornan, ni si cuanto se narra en relatos de esa clase es simplemente producto de alucinaciones, mentes enfermas o caprichos imaginarios. Pero sí puedo asegurar que mi imaginación obraba con tal fuerza, sumiéndome en arrobadores éxtasis —si puedo llamarles así—, que frecuentemente me parecía estar en la isla, en mi castillo detrás de los árboles, y ver a mi viejo español, al padre de Viernes



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