Las chicas de alambre by Jordi Sierra I Fabra

Las chicas de alambre by Jordi Sierra I Fabra

autor:Jordi Sierra I Fabra [Fabra, Jordi Sierra I]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Drama
ISBN: 9788420449159
editor: Alfaguara
publicado: 2011-11-05T23:00:00+00:00


XVII

Era difícil no hacerlo.

Cuando llegué a la peluquería de Ivan, uno de los templos parisinos de la modernidad, las modelos todavía no habían llegado de la comida. Llevaban un ligero retraso.

—¿Tú eres Jon Boix, el periodista español? Trisha me ha dicho que te dé carta blanca, así que... a tu aire, sin problemas —me saludó el peluquero por cuyas manos pasaban las cabezas de las bellas—. Ah, fíjate en Marcia Soubel. Tiene sólo catorce años y es la benjamina. ¡Es la última sensación!

Me contó que las modelos llevaban desde las diez de la mañana en el lugar del desfile, una antigua estación reconvertida como por arte de magia en pasarela de la moda, en Neuilly. Después de cinco horas de ensayos, porque el desfile «era complejo» y la ropa «una pasada» —palabras textuales—, habían ido a comer y estaban a punto de regresar. Todo el equipo de Ivan estaba dispuesto para dejar a las dos docenas de chicas visualmente perfectas. Se percibía una contenida tensión.

No tuve que esperar mucho. Apenas cinco minutos. Alguien dijo:

—¡Ahí están!

Y se disparó la adrenalina.

La de unos, laboral. La mía, anímica.

Llegaron en un autocar. Exactamente diecinueve mujeres por sólo cinco hombres. Aunque ellos eran muy atractivos, me sonaron a complemento, a relleno. Ellas eran las reinas. Ellas eran el quid de la cuestión.

Y fue como si con ellas aquel mundo empezara a tener sentido.

Se desparramaron por las butaquitas de la peluquería unas y por el suelo o por las sillas, a la espera de su turno, otras. No había orden ni preferencias; todo dependía de la clase de peinados que fueran a lucir o la necesidad de un mayor o menor tratamiento estético. Lo curioso es que cada quien, desde ese momento, pareció saber cuál era su papel. No hacía falta un árbitro ni un director artístico, como en el desfile. Ivan, por su parte, se clonificó, multiplicándose para estar en todas partes. Y lo conseguía, sin prisas pero sin pausas, con una eficiente profesionalidad, producto de muchas horas y muchos pases y muchas...

Las observé, una a una, con detalle.

Y me quedé bastante impresionado.

No sólo una buena parte de ellas era de lo más normal, dentro de los cánones de la belleza, sino que algunas, por lo menos dos, eran incluso... feas.

Asexuada y escuálidamente feas.

Creía que enloquecería mirando a tantas diosas juntas, el mayor número de mujeres hermosas por metro cuadrado reunidas ante mí a lo largo de mi vida, pero el primer golpe de vista fue demoledor. Algunas, sí, eran adolescentes o jóvenes que, hasta sin maquillar, brillaban con espléndida intensidad. Tenían morbo. Pero el conjunto no pasaba de discreto. Llegué a pensar que el tal Michel de Pontignac las buscaba neutras, sofisticadas, extravagantes, pero no bellas. Tampoco había ninguna Naomi Campbell, ninguna Claudia Schiffer, ninguna Eva Herzigova. Todas eran desconocidas para mí.

Me lo tomé con calma. Hice un primer contacto visual genérico, y después puntual. Comencé a pasear por entre aquel hervidero, sin interferir en nada, como me había pedido Ivan. Trataba de ver, de comprender, y también de oír.



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