V. by Thomas Pynchon

V. by Thomas Pynchon

autor:Thomas Pynchon [Pynchon, Thomas]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1963-01-01T05:00:00+00:00


Hubo un tiempo en que podíamos flirtear y acaramelarnos

allí junto al mar del verano.

Tu tía Ifigenia encontraba extravagante

vernos robar un beso en el Paseo, ¡oh!,

tú no pasabas de los diecisiete,

te encontraba bonita con tu sombrilla.

¡Ah, si pudiéramos volver a aquella temporada de luz!,

con nuestro amor juvenil elevándose como un alegre cometa de verano,

cuando aún no era tiempo de pensar en el otoño, o en la noche;

allí junto al mar del verano.

(Aquí hizo Eigenvalue su única interrupción:

—¿Hablaban en alemán? ¿En inglés? ¿Por entonces sabía Mondaugen inglés? —Previniendo una explosión nerviosa de Stencil—: Sólo me parece extraño que recordara una conversación sin nada de particular, y mucho menos de esa manera tan detallada, treinta y cuatro años más tarde. Una conversación que no significaba nada para Mondaugen y, en cambio, lo significaba todo para Stencil.

Stencil, callado, chupaba la pipa y observaba al psicoodontólogo; de vez en cuando, a través de las bocanadas de humo blanco, le aparecía, enigmática, una mueca hacia uno de los lados de la boca. Por fin:

—Fue Stencil quien lo llamó serendipity, no él. ¿Lo entiende? Naturalmente que lo entiende. Pero quiere oírselo decir a Stencil.

—Lo único que entiendo —dijo Eigenvalue con marcada lentitud— es que su actitud hacia V. debe de tener más facetas de las que usted está dispuesto a admitir. Es lo que los psicoanalistas solían llamar ambivalencia, y lo que nosotros ahora llamamos simplemente configuración heterodóntica.

Stencil no respondió; Eigenvalue se encogió de hombros y le dejó que continuara).

Por la noche se puso una ternera asada sobre una larga mesa en el comedor. Los huéspedes cayeron ebrios sobre ella, arrancando con las manos trozos de carne elegidos, manchando de salsa y grasa las prendas que llevaban puestas. Mondaugen sentía su habitual falta de ganas de volver a su trabajo. Recorrió pasillos alfombrados de carmesí, llenos de espejos, vacíos, mal iluminados, sin ecos. Se sentía esa noche un poco disgustado y deprimido sin que fuera capaz de decir exactamente por qué. Quizás porque había comenzado a detectar idéntica desesperación en la fiesta del asedio de Foppl, que la que había en Múnich durante el Fasching; pero sin una clara razón porque aquí, al fin y al cabo, había abundancia y no depresión, lujo y no la diaria lucha por la vida; sobre todo había, posiblemente, pechos y nalgas que podían pellizcarse.

Sin darse cuenta pasó junto al cuarto de Hedwig. Tenía la puerta abierta. Estaba sentada delante del espejo de la coqueta arreglándose los ojos.

—Entre —lo llamó—, no se quede ahí espiando.

—Sus ojitos tienen un aspecto tan anticuado…

—Herr Foppl ha ordenado a todas las señoras que se vistan y se maquillen como lo habrían hecho en 1904 —soltó una risita—. Yo ni había nacido en 1904, así que no debería ponerme nada. —Soltó otra risita—. Pero después de todo el trabajo que me he dado depilándome las cejas para parecerme a la Dietrich… Ahora tengo que pintármelas de nuevo como grandes alas oscuras y afinarlas en los dos extremos; ¡y tanto lápiz! —imitó un puchero—. Espero que nadie me parta el corazón, Kurt, porque las lágrimas echarían a perder estos ojos a la antigua.



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