Un buen invierno para Garrapata by Leo Coyote

Un buen invierno para Garrapata by Leo Coyote

autor:Leo Coyote
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788415900290
editor: Alrevés
publicado: 2015-03-13T00:00:00+00:00


OCHO

Ignacio Sánchez Vila no entendía nada de polaco, de hecho no le gustaban los extranjeros. Siempre había pensado que eran unos invasores que les quitaban el trabajo a los españoles, aunque en los últimos tiempos se había relacionado con mucha gente de la Europa del Este y se había especializado en hacer de santero para diferentes grupos, de los que sacaba buenas comisiones. Ignacio Sánchez ofrecía sus servicios como pintor, fontanero, electricista o reparador de electrodomésticos. Su sobrino, un «chavalote muy listo», según decía él, le escribía anuncios con el ordenador que después pegaba en los portales o debajo de los porteros electrónicos, ofreciendo su trabajo en los mejores barrios de Barcelona y en muchas de las urbanizaciones de los alrededores. Cuando lo llamaban de alguna casa, él iba allí para mirar el encargo y lo único que hacía era una evaluación de lo fácil o difícil que sería robar y del valor del posible botín. Después daba el santo a los atracadores, que le repartían una comisión de lo robado. Había conocido a Jakub Kowalsky en la cárcel Modelo; una mujer a la que le habían desvalijado el piso lo había reconocido como el fontanero que había estado en su casa dos días antes de que la dejaran limpia y el abogado de oficio que lo defendía no pudo evitar que lo enchironaran. Jakub y él se habían hecho bastante colegas. El polaco le buscaba algunos trabajitos para que él fuera trapicheando, mientras esperaba una temporada hasta que pudiera volver a su oficio, al que Ignacio prefería dar descanso durante un tiempo. Esa noche lo había llamado para que vigilara un portal de la calle Provença y le dijera si por él entraba su socio Kamil. Ignacio lo conocía: «Un día fui a su casa a buscar una cartera para entregársela a un tío de alto copete, uno que sale por la tele... un político de esos, que son todos unos hijos de puta y unos ladrones. La cartera era como las que llevaban los abogados a los juicios. Estaba cerrada con llave y yo no me atreví a abrirla, esos rusos son tela de peligrosos... La cuestión es que me endiñaron cien euros y todo por ir de Castelldefels a la plaza Sant Jaume; eso sí, los billetes del tren y el metro me los tuve que pagar yo», les había dicho a sus colegas del bar La Macaria, en Cornellà de Llobregat, cerca de donde él vivía, mientras se echaban la partida de dominó de cada tarde.

Ignacio Sánchez estaba muy mosqueado, no sabía cuánto le iban a dar por aquel trabajillo y estaba metido en un portal pelándose de frío y mojándose los zapatos de color burdeos que no habían visto el betún en su vida. Cuando vio aparecer a Kamil y observó cómo entraba en el portal que él vigilaba, se llevó un alegrón. Llamó por teléfono a Jakub y se lo dijo.

—Escúchame, tío, que el andoba ese que tú me has dicho, tu paisano, acaba de llegar y se ha metido en la casa.



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