(Trilogía De Los Macht 02) Corvus by Paul Kearney

(Trilogía De Los Macht 02) Corvus by Paul Kearney

autor:Paul Kearney
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Narrativa Fantastica
ISBN: 9788498890884
editor: Alamut/Bibliópolis
publicado: 2013-06-01T23:00:00+00:00


14

Prueba de vida

Había algo en Aise que respondía al invierno. Lo respetaba, con el buen criterio de una mujer que había pasado su vida en el mundo azul y blanco de las colinas. Pero había algo más.

No era sólo que disfrutara del paisaje propio de la estación, aunque le gustaba. Era más bien que el trabajo ingente de todo el año había terminado, por fin, dándole la oportunidad de mirar a su alrededor y levantarse de la tierra sobre la que arrojaba toda la vida que tenía en su interior, año tras año.

No es que le gustara el invierno; a ningún estúpido podía gustarle. Pero había cierta satisfacción en él, en ver que llegaba el momento de la verdad para todo lo que se había puesto en marcha durante el año. Así era el invierno en las tierras altas: la propia vida puesta a prueba.

La cebada había sido segada, trillada y aventada, y el grano almacenado en el depósito de madera de tres patas al extremo del patio. Cuando Aise tenía frio, o se sentía baja de ánimo, abría el granero y sacaba un cubo, para molerlo y convertirlo en harina sobre la gran piedra hueca que Rictus y Fornyx habían sacado del río años atrás. Habían tardado dos días en llevarla desde el agua a la posición que ocupaba, y cada vez que la golpeaba con el tronco duro como el hierro pensaba en ellos aquel verano, sentados y sonriéndose, cubiertos con el barro del río y con aquella gran piedra entre ellos. Estaba en el patio, y parecía llevar allí desde tiempo inmemorial, como un tótem de su permanencia.

Un tintineo de cencerros de bronce, y el balido de las cabras. Rian cruzaba lentamente el patio con un cubo de cuero lleno de leche de cabra, humeante en el frío de la mañana. Ona parloteaba junto a ella, alegre como un estornino, y en torno a las dos chicas los perros saltaban como cachorros, seguros de recibir su porción de leche.

En la casa, Styra atendía el fuego. En aquella época del año, nunca dejaban que se apagara. Garin había estado cortando leña desde el amanecer, y se había sentado ante la chimenea para hablar con ella. La conversación cesó al entrar Aise, y Garin se levantó con expresión huraña. Él y Styra se habían emparejado rápidamente; los esclavos solían obrar así, buscando todo el consuelo posible en sus vidas. Pero nunca había perdonado a Aise la venta de Veria, y su trabajo perdía calidad. Pasaba más tiempo en los bosques, poniendo trampas, talando árboles y cazando, a veces con Eunion y a veces solo.

«Se queda por Rictus», pensó Aise. «Mi esposo tiene el don de ganarse las lealtades, incluso cuando no se lo propone».

Eunion se acercó a la mesa envuelto en una capa, con unos cuantos mechones de cabello blanco surgiendo de su cabeza como las semillas de un diente de león. Bostezaba, y a la luz de la mañana su rostro parecía arrugado como una nuez.

—No deberías quedarte



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