Shanna by Kathleen E. Woodiwiss

Shanna by Kathleen E. Woodiwiss

autor:Kathleen E. Woodiwiss [Woodiwiss, Kathleen E.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1977-06-15T00:00:00+00:00


SEGUNDA PARTE

CAPITULO QUINCE

CUANDO sonaron los disparos del cañón de la isla, Ruark pasó un momento de inquietud y esperó que Harripen y la tripulación se volvieran contra él. Los hombres estaban agrupados en el alcázar, mirando hacia tierra, y por el momento parecían haberse olvidado de él. Como no vio que hicieran movimientos amenazadores, siguió trabajando en sus ataduras en un intento de aflojar las cuerdas que le sujetaban apretadamente las muñecas. Momentos después fue nuevamente interrumpido, por Harripen, quien llamó a varios hombres para que se reunieran con él y señaló hacia la costa. Ruark no podía ver nada de lo que sucedía allí pero le alivió comprobar que no le dedicaban más atención. Redobló sus esfuerzos pero los nudos estaban muy bien hechos.

Harripen reinició sus paseos por la cubierta de la goleta y Ruark poco adelantó con sus ataduras. La noche quedó silenciosa, los únicos sonidos eran los crujidos del barco y el golpear de las olas contra el casco, además de una ocasional voz apagada. En la isla de Trahern parecía no haber más actividad.

Casi habían volteado dos veces el reloj de arena cuando hubo un grito desde la cofa y corrió la novedad de que regresaba el grupo de desembarco. Aunque eso estaba lejos de sus esperanzas, Ruark suspiró aliviado. Por la gracia de Dios, aún podría sobrevivir.

Sin embargo, ese pensamiento duró poco y él se preparó para lo peor cuando Harripen vino desde el alcázar blandiendo su machete. Ruark se tranquilizó considerablemente cuando comprendió que el golpe no estaba destinado a él sino que fue un rápido corte que lo liberó de sus ataduras. Rápidamente, Ruark se libró de las cuerdas

—Parece que dijiste la verdad, muchacho —dijo el hombre por sobre su hombro—. Ahora vienen nuestros hombres.

Se oyó un silbido y pronto los piratas subieron a bordo, trayendo sacos y cofres llenos de botín. Ruark aprovechó la distracción y retrocedió hacia las sombras del extremo más alejado de la cubierta. Estaba quitándose las sandalias con la intención de arrojarse al agua y nadar hasta la costa cuando un cofre grande, tallado, con una ornamentada cerradura de bronce, fue izado sobre cubierta. Ruark se llenó de aprensiones cuando reconoció el arcón que solía estar debajo del retrato de Georgiana, en la casa de Trahern. Fueron necesarios seis hombres para pasar sobre la borda el voluminoso objeto, el cual cayó sobre cubierta con un golpe que delataba su peso. Ruark se acercó y empezó a sentir un helado temor.

Desde los botes, un grito ahogado atravesó el aire e hizo que a Ruark se le erizara la piel del cuello. Esperó tensamente mientras Pellier, el mestizo francés, trepó por el costado del barco y se volvió para subir a bordo una forma que se retorcía, cubierta por un saco de arpillera firmemente atado con cuerdas, De un extremo asomaban unos tobillos finos y unos pies descalzos y pequeños.

Ruark juró entre dientes y se acercó a la luz de la linterna mientras las ataduras eran aflojadas y el saco arrancado.



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