Mi tentación by Angy Skay

Mi tentación by Angy Skay

autor:Angy Skay [Skay, Angy]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Entre Libros
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


17

Enma

—¿Y dices que viste el nombre del psiquiátrico Montshi?

—Sí —le contesté a Susan antes de beberme el quinto tequila a palo seco. No supe muy bien por qué estaba contándoles eso a mis amigos. Lo achaqué al tequila, y pensé que tenía que dejar de beber, o hablaría de cosas que no debía.

—¿Y no te ha dicho nada? —me preguntó Katrina a mi otro lado.

—No —le respondí, y me serví otro chupito para evitar el tema.

—¿Y por qué no hablas con él y le preguntas? —añadió Dexter.

—Porque si no me lo ha contado, será por algo, ¿no?

—La sinceridad es la base principal para que una relación funcione, Enma.

Dejé el vasito con un sonoro golpe sobre la barra de madera y lo aniquilé con los ojos. Dexter elevó los suyos al techo y resopló en señal de que ya sabía lo que iba a reprocharle.

—¿Habla uno de mis mejores amigos? ¿El que me dijo que Edgar estaba con otra tía? —Me coloqué una mano en la oreja con dramatismo y un pelín borracha—. ¡No te oigo! ¿Qué dices? ¡Ah, que sí, que te has portado como un mal amigo y ahora vienes dándome consejitos!

Una risita muy irónica salió de mi garganta y me serví otro chupito. Ya tenía las neuronas un ochenta por ciento alcoholizadas.

Dexter me quitó el vaso con malas formas y frunció el ceño.

—Llevamos los cuatro juntos desde el mediodía. Ya te has despachado bien en cuanto te has bajado del coche. ¿Vas a echárnoslo en cara toda la vida?

—¡Por supuesto! —Recuperé mi vaso dándole un tirón.

—Me voy a bailar.

—Cobarde —musité por lo bajo, y reí.

Habíamos quedado ese día a mediodía para comer y después salir a tomarnos un café, que se alargó hasta las dos de la mañana que eran. Llevaba bastante tiempo sin verlos, y menos a todos juntos, así que Edgar se había quedado de niñera y yo había salido a divertirme un rato por petición expresa de Juliette, que me sugirió que necesitaba hacer las paces con mis amigos tras contarle lo disgustada que estaba con ellos por sus secretitos, y así aprovechábamos para hacer una especie de despedida de soltera. Tuve que reírme con aquello. Les había reprochado durante la comida el secreto de Helena por lo menos veinte veces. A cada cosa que decían, el tema salía y yo les lanzaba alguna pulla. Me daba igual que fuese a Dexter, a Katrina o a Susan, cada uno con aquellas pollas de plástico con antenas sobre sus cabezas. A mí me habían puesto una banda y un velo de novia en la cabeza, lo que había dado tiempo a comprar deprisa y corriendo, pues tampoco hacía muchos días que se habían enterado de mis planes, y eso provocó un cabreo mutuo en mis acompañantes de juerga.

La casa que Edgar había comprado resultó estar a cinco minutos andando de la de mi futura suegra, lo cual me fascinó, porque el lago llegaba hasta allí. Me sentí muy mal al ser consciente de toda la esperanza



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