Septimus en la isla encantada by Angie Sage

Septimus en la isla encantada by Angie Sage

autor:Angie Sage [Sage, Angie]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2009-12-31T16:00:00+00:00


~~ 28 ~~

Pinza-plaf

Eran las dos cosas. Miarr, humano pero cuya gaticonexíón se remontaba a muchas generaciones en el pasado, luchaba por su vida.

Miarr era un hombre pequeño, ligero, que pesaba poco, cinco Miarrs pesaban lo que el Gordo Crowe y dos Miarrs pesaban lo que Delgado Crowe. Lo cual significaba que, contra los gemelos Crowe, Miarr estaba en una inferioridad numérica de siete a uno.

Miarr se hallaba apostado en la plataforma de vigilancia cuando los Crowe y Jakey Fry habían entrado con las sogas y las habían arrojado al suelo. Miarr había preguntado para qué eran aquellas sogas.

—Para nada de tu incumbencia; ni te van a servir a donde vas a ir —le habían contestado.

Una mirada al aterrado rostro de Jakey Fry había bastado para explicarle a Miarr todo lo que necesitaba saber. Así que había subido a toda velocidad el poste de pie (un poste con apoyapiés colocados a cada lado), había abierto una trampilla y se había refugiado en un lugar al que, en condiciones normales, nadie se habría atrevido a seguirle: la arena de la luz.

La arena de la luz era un espacio circular en la misma cima del faro. En el centro del círculo ardía la esfera de luz, una gran esfera de brillante luz blanca. La luz estaba circundada por una estrecha pasarela de mármol blanco. Detrás de la luz, en la parte del faro que se hallaba unida a la isla, había un enorme disco curvo de plata resplandeciente, que Miarr pulía cada día. En el lado que daba al mar había dos enormes lentes de cristal, que Miarr también pulía cada día. Las lentes estaban colocadas unos metros detrás de las dos aperturas en forma de almendra, los ojos, a través de los cuales se concentraba la luz. Los ojos eran cuatro veces más altos que Miarr y seis veces más anchos. Estaban abiertos hacia el cielo y, mientras Miarr cerraba la trampilla y le ponía el seguro, entró una fresca brisa estival perfumada de aire marino que entristeció al hombre gato. Se preguntaba si aquella sería la última mañana en que olería el aire del mar.

La única esperanza de Miarr era que los Crowe tuvieran demasiado miedo y no subieran hasta la arena de la luz. Después de muchas generaciones, la familia de Miarr se había adaptado a la luz y habían desarrollado unos oscuros párpados secundarios, los párpados de luz, a través de los cuales podían ver sin que la luz los cegase. Pero cualquiera que careciera de esa protección y mirase directamente la luz descubriría que su brillo quemaba los ojos y dejaba cicatrices en el centro de la visión, de modo que, para siempre, verían la forma de la esfera de luz en una negra ausencia de visión.

Pero cuando empezó a oír un martilleo debajo de la trampilla, Miarr supo que su esperanza era vana. Se acurrucó al lado de la luz y escuchó el ruido de los puñetazos de Delgado Crowe en el fino metal de la trampilla, que estaba hecho para no dejar pasar la luz, no a prueba de Crowes.



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