Seis grullas by Elizabeth Lim

Seis grullas by Elizabeth Lim

autor:Elizabeth Lim [Lim, Elizabeth]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2021-07-06T00:00:00+00:00


Mi nueva habitación estaba a la vuelta de la de Megari, decorada con almohadas de porcelana cubiertas con fundas de seda azul y verde, un escritorio tallado en abeto y un pergamino colgante de hojas de gingko prensadas. También había una ventana circular con vistas a la montaña del Conejo, famosa por sus dos picos que parecen las orejas de un conejo cuando están cubiertos de nieve. Era un lujo poder estirar los brazos sin chocar con la pared y respirar sin tener ganas de vomitar por el olor a pescado. Lo mejor de todo era que no había ratas.

¿Había dormido alguna vez en una cámara tan grande como esta? La vida que había llevado antes —con tres cámaras para mi uso personal y una habitación entera solo para guardar mis ropas— me parecía un sueño lejano.

¿No te alegras de haberte quedado?, preguntó Kiki. Imagina tener que volver a ese sótano donde entraban las corrientes de aire. O a la cueva de tus hermanos.

Es bonito, admití.

Fue generoso el Chico Rábano. Ya empieza a gustarme.

Torcí los labios en respuesta a lo que dijo.

Eres voluble. Me parece recordar a alguien que no quería que perdiera mi tiempo preparando sopa para él.

Kiki se hundió en un almohadón, apoyándose en la suave seda.

¿Cómo iba a saber que era un alma tan generosa? Tal vez deberías haberte casado con él, después de todo.

No es generosidad, pensé, rígida. Le salvé la vida. Está mostrando su gratitud. Yo habría hecho lo mismo en su lugar.

¿Lo harías, ahora? ¿También te habrías dado un makan de plata? No te veo recompensando a un ladrón, Shiori.

Sintió pena por mí. Por eso me dio dinero.

Di lo que quieras. Lo único que digo es que no parece el bárbaro que te imaginabas.

La ignoré, guardé mi cartera bajo la cama y busqué en los armarios. En ellos, había un conjunto de túnicas que debió seleccionar alguna criada mientras yo estaba desayunando. Encontré un sencillo vestido azul marino y un ceñidor verde terroso que me quedaba muy bien.

Era el material más suave y limpio que me había puesto en meses y, después de cambiarme, me desenredé los nudos del pelo y me desvanecí en la silla más cercana. Me habría dormido enseguida si no me hubiera llamado la atención un delgado pincel para escribir que había sobre el escritorio.

También había tinta en barras y una piedra para molerlas y mezclarlas con líquido, pero, curiosamente, no había papel. Me decepcionó, pero tal vez fuera lo mejor. Después de lo ocurrido en la cámara de Megari, sabía que era mejor no intentar escribir para pedir ayuda.

La silueta de alguien apareció al otro lado de los paneles de papel de las puertas. En cuanto vi de quién se trataba, me levanté de golpe y empecé a hacer una reverencia.

—No te inclines —pidió Takkan—. Por favor.

Había recuperado algo de color en las mejillas desde el desayuno, pero olía a medicamentos, a gingko, jengibre y cáscara de naranja.

Entró con lentitud.

—Te advierto que Megari se colará en tu habitación a menudo.



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