Relatos desde los dos lados del cerebro by Michael S. Gazzaniga

Relatos desde los dos lados del cerebro by Michael S. Gazzaniga

autor:Michael S. Gazzaniga [Gazzaniga, Michael S.]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Paidós
publicado: 2015-06-22T22:00:00+00:00


TRABAJAR Y JUGAR

Además de la ciencia vertiginosa, del desarrollo de un nuevo campo científico y de mi primer libro de divulgación,13 mi vida social iba asimismo acelerada, sobre todo con Bill Buckley. En los frecuentes almuerzos con Bill y sus amigos en su restaurante italiano favorito, Paone’s, en la calle 34, siempre se estaban haciendo planes. Un día le dije que mandara llamar a un guionista para que echara un vistazo a una de sus novelas de Blackford Oakes y vendiera el trabajo a Hollywood. «Magnífica idea», dijo. Yo comenté que conocía a un dramaturgo joven. Él dijo que conocía al agente Swifty Lazar. Como un rayo, Bill contrató a mi amigo, que era el esposo de una de mis residentes de neurología, y más o menos saltamos al ruedo.

Mi mayor éxito con Bill fue iniciarle en el tratamiento de textos y, en cuanto salieron al mercado, los ordenadores portátiles. Venía a mi despacho de Cornell y se sentaba con mi procesador de textos digital, un trasto enorme para los estándares actuales, pero que en aquella época fue un instrumento muy logrado. Él estaba atónito y, como es lógico, quería uno propio. A esto le siguió pronto su fascinación por una carta que le escribí desde Ravello en mi nuevo Sonycorder, un pequeño dispositivo con teclado provisto de una cinta de casete. Aquello grababa nuestro trabajo, que después se podría trasladar al mecanismo de playback de la secretaria. Para los viajeros, parecía el invento ideal. Lo utilicé para escribir mi primer libro, El cerebro social. Bill quiso uno enseguida, pero fueron apareciendo otros artilugios que despertaron su interés a tal velocidad que buscó a su gurú personal de la electrónica para que le ayudara. Él era así, y estaba también siempre pensando en los demás. Tras una de sus visitas a mi oficina me comunicó su diagnóstico: yo llevaba una vida demasiado sedentaria. Me hizo socio de un centro deportivo que había a la vuelta de la esquina, One on One. Lo único que recuerdo de la experiencia es que mi entrenador particular trataba de explicarme todo el rato por qué algunos de los músculos estaban doloridos tras los ejercicios. «El problema es que, como nunca utilizas estos músculos, después de ejercitarlos duelen.» «Si no los utilizo nunca —dije yo—, ¿por qué quiero desarrollarlos?»

En cualquier caso, yo no era sedentario del todo. El hermano de Charlotte, Walter Dabney, era guarda forestal en el monte Rainier y pronto sería guarda forestal jefe de Estados Unidos. Siempre nos instaba a que le acompañásemos a lo alto de la montaña; al final accedí porque Bruce Volpe y el profesor de Neurocirugía Dick Fraser querían ir. Charlotte quería ir. La hermana de Charlotte quería ir. Nancy, esposa por entonces de Volpe, quería ir. Walter dijo que nos llevaría arriba, pero no antes de que pudiéramos recorrer cuatro millas en treinta minutos. Esto iba a llevar un tiempo. Durante unos meses, cada mañana corrimos hasta el East River desde nuestro apartamento en la calle 63 hasta hacer la marca.



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